“Pienso,
luego existo”. Me educo, entonces soy
Dr. Abraham
Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de
la Lengua
Presidente del Observatorio Regional
de Educación Universitaria (OBREU)
Asesor de la Fundación Venezuela
Esequiba
Miembro del Instituto de Estudios
Fronterizos de Venezuela
De todos es suficientemente conocido que el asunto
contencioso por la Guayana Esequiba ha comportado el eje
central de mis estudios académicos por más de 45 años; no obstante, he querido hoy
dedicar este análisis al tema de la Educación, en su más amplia dimensión
abarcativa; que a su vez, se integra por tres componentes que la constituyen, en
esencia: El instruccional asentado en la malla curricular; así también, la
socialización y participación en los distintos espacios humanos y la
internalización de valores (axiología). Tal es la complejidad de la educación,
apreciada holísticamente.
Para ubicarnos en contexto, comienzo diciendo
que a lo largo de la historia los seres humanos han tenido siempre la acuciosa
disposición de procurarse cada vez más cosas.
Ha sido una carrera desenfrenada, sin
límites.
Se han discernido
ideas increíbles desde La Edad de Piedra (tal vez) hasta hoy.
Por ejemplo,
los asuntos quizás impensables apenas dos decenios atrás, en la
actualidad son cotidianos.
Los seres humanos buscamos todo el tiempo y
circunstancias -por encima de lo que sea y a cualquier riesgo y precio- ampliar
horizontes; y admitamos que todavía esa perspectiva sigue abierta como el primer
día.
Vivimos pensando -elucidando- cualquier
cantidad de alternativas existenciales.
Ha quedado
plenamente demostrado; y todos podemos ofrecer testimonios del siguiente aserto: Mucho más es el tiempo que pasa uno hablando
con uno mismo, reflexionando que el tiempo dedicado a comunicarle a los demás “nuestros pareceres”.
Sin lugar a
dudas, uno de los instrumentos expeditos para formalizar y sistematizar todo
cuanto pensamos y deseamos ponerlo en práctica es la Educación; ampliamente
considerada en su tríada, arriba ya citada.
Con la Educación, en tanto institución social;
igualmente asumido, como exquisito vehículo de enseñanza-aprendizaje hemos
hecho maravillas; sí pero también hemos cometido bastantes desaciertos.
Sin embargo,
hemos ocupado suficientes horas teorizando cómo acceder y consolidar un
“proceso” educativo exactamente para los tiempos que nos toca vivir y que trace
una línea auspiciosa a futuro. Hasta el presente no ha resultado del todo a
plena satisfacción.
Fijémonos que
antes se decía: “Hay que mejorar la educación”.
¿Y qué se adelantó para cumplir tal objetivo? Uno que otro remiendo se hizo.
Luego, se insistió en señalar la urgencia
de darnos una “educación de calidad”, y esto no fue más a allá de replantearse una
planificación curricular con objetivos diseñados de manera rígida, cuya esencia
apuntó casi que únicamente en términos economicistas: “La consecución de
profesionales universitarios que egresaran con la misión principal de producir”.
Se objetivaba la calidad de la educación por
lo tangible, lo medible.
La inmediata
consecuencia del diagnóstico anterior era que muchos aspectos que corresponden
a las otras magnitudes de los seres humanos no eran incorporados en los diseños
curriculares. Así entonces, quedaban por fuera: vivencias, experiencias,
miradas, emociones, sensibilidades, anécdotas, subjetividades puras,
querencias, singularidades, enfoques por muy disímiles que resultaren. Alguien
dirá (con abundantes razones, quizás) con nada de lo último aquí descrito se va
al mercado.
Una batalla
que parece que la ganan los propiciadores de la mal llamada “educación de
calidad”. Alabarderos de la teoría economicista dura.
Si la propuesta
de integralidad aspira a obtener fuerza y consistencia epistemológica; a sostener una teoría seria, creíble, entonces
todo cuanto se piense, aporte y comporte por la educación debe involucrar: Conocimientos,
actitudes, valores, la equidad en/para la vinculación social, la coherencia, la
eficiencia, la tecnología y un larguísimo etcétera.
Deseamos
detenernos en referencia al factor tecnologizante que en la actualidad se
encuentra implícito en los procesos educativos. Y deseamos explicar que, en los
últimos 25 años, que es el tiempo que tiene de vigencia la www (Word wide web),
estamos enganchados en ese extraordinario instrumento de educación continua y
permanente.
Nos ha atrapado esa Red de redes.
Internet llegó para quedarse, sin la intención
de desplazar nada ni a nadie, sino para complementar las funciones y
procedimientos de aprehensión y comprensión de las realidades.
Internet y todo lo que ello arrastra (sus
plataformas digitales) se ha constituido en un elogiable medio electrónico para
los aprendizajes virtualizados, para buscar “saberes” on-line a conciencia,
donde cada quien debe asumirlo con ética.
Se está volviendo como un hecho inescurrible e
inevitable que cada quien diga “Me
conecto, luego soy”.
Pareciera que
“no va pal baile” quien no intente manejar y capacitarse en: Internet,
intranet, cdrom, producciones multimedia, habilitar estrategias de e-learning y
últimamente inteligencia artificial; pero, hay que tener mucho cuidado de no
entramparse, y pensar que basta que tengamos cierto domino tecnológico de los
procesos educativos virtualizados para apelar a todo eso con la finalidad de
salir de cuanto atolladero se nos presente. Es apenas un instrumento
electrónico, un vehículo de conexión digitalizada, un medio de interconexión de
alcance mundial para potenciar nuestras capacidades; para vincular la
tecnología de la comunicación y la información con el autoaprendizaje, teniendo
al ser humano en el centro de todo proceso. Aceptemos tal desafío.
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