Nuestra inevadible ecología social
Dr. Abraham
Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de
la Lengua
Presidente del Observatorio Regional
de Educación Universitaria (OBREU)
Estamos
obligados a permanecer juntos para subsistir, vivir y convivir. Aislados,
individualizados no somos nada ni nadie.
Por instinto,
por aprendizajes y por necesidades desarrollamos de manera permanente la
condición de humano acompañamiento; no por casualidad ni por causalidad, sino
porque tenemos marcados objetivos comunes.
Juntarnos,
los seres humanos unos con otros, es un asunto absolutamente natural. Y lo
hacemos esencial y fundamentalmente, para satisfacer nuestras necesidades: Sociales,
económicas, políticas, humanas en sentido genérico; para lo cual el lenguaje
oral, gestual o escrito es un extraordinario fenómeno de acercamiento; por
cuanto, lo practicamos con y para los demás.
Así también
la religión, las manifestaciones culturales, las simbologías las leyes
positivas y consuetudinarias; en fin, producimos y distribuimos bienes y
servicios, expresiones lúdicas y artísticas para procurar juntarnos.
Hay factores que
facilitan la asociatividad, y que por lo tanto gravitan sobre nosotros, que nos
comunalizan. Digamos que incitan a la estructuración de la sociedad y que nos
posibilitan la ecología y los contextos sociales.
El factor mas
importante que se hace además condición necesaria y suficiente que nos vincula
como sociedad es la cultura.
Algunas veces queda sintetizada la definición
de cultura como cualquier desempeño de los seres humanos, y esta apreciación
conceptual-categorial es perfectamente válida, legítima y aceptable.
Sin embargo,
podemos ampliarla para exteriorizar que son además contenidos culturales los
siguientes: ideas, ideologías, teorías, valores, modos ónticos, mitos, ritos,
costumbres, idiomas, narrativas históricas, pulsiones sociales: porque, a
partir del engranaje de todo lo anteriormente descrito -y mucho más- alcanzamos
las legitimaciones que nos confieren identidad, nos dan idiosincrasia.
Entonces
podemos decir determinantemente que sociedad, comunidad y cultura conforman un
tejido de nexos indisolubles; de allí que, si lo vemos como sistema, queda
sentenciado lo siguiente: “Si algún
elemento constitutivo de esa tríada que a su vez es elemento constituyente se
descompone afecta severamente a los otros dos”.
Por lo que,
asumimos conclusivamente que sociedad- comunidad-cultura se han imbricado,
anudado de tal manera que no es posible separarlas; salvo que la intención sea
causar un descalabro societal.
Sociedad-comunidad-cultura
adquieren un modo específico y múltiple de producción material de bienes y
servicios para poder subsistir, al tiempo que adquieren un modo de producción y
reproducción simbólica.
Los seres
humanos somos los únicos existentes, los que tenemos la capacidad de pensar y
significar las cosas que aprehendemos.
Dicho en las claves narrativas de Merleau-Ponty
“Estamos condenados al signo”. A cada
cosa le ponemos un nombre
Otro aspecto
que es oportuno tocar se refiere a que las sociedades y las comunidades avanzan
o retrogradan según como piensen, o de los desenvolvimientos de ser de quienes hacen
y difunden la cultura.
Un elemento
concomitante, no menos importante, se refiere a la ciudadanía que no es
un adminículo de moda para uso eventual y luego desechar a capricho.
A la
ciudadanía hay que estarla haciendo a cada instante y por más que ejerzamos tal
condición ella no se agota, al contrario, se ensancha.
La práctica
de la ciudadanía “vive” en un constante devenir: Siendo y haciéndose.
Alguien puede
llegar a preguntarse: ¿Dónde encontrar, aunque sea un pedazo aprovechable de
ciudadanía?
Respondemos: Ella
aflora en múltiples ámbitos. Allí, exactamente donde los seres humanos hacemos factibles
nuestras existencias: la familia en su más amplia acepción (en su “tribu” diría
Maffesoli), la escuela, la calle, las iglesias en sus distintas confesiones, en
los espacios laborales. Además (con mayor o menor influencia) a través de los medios
de comunicación y en las plataformas digitales (en las redes); en la espontánea
socialidad que nace en el transporte público; en fin, en la congregación
vivencial.