Guayana
Esequiba: Defensa con criterios unánimes
y bastión fortificado
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de
la Lengua
Miembro del Instituto de Estudios
Fronterizos de Venezuela
Asesor de la Fundación Venezuela
Esequiba
Miembro de la Alta Comisión para la
Defensa del Esequibo
Deseo comenzar, de
manera expresa, con un enunciado que encierra suficiente sabiduría; me refiero
al contenido aleccionador en estas palabras del investigador social chileno-venezolano,
Pedro Cunill Grau: "Poblar las
fronteras y garantizar su desarrollo en los procesos de integración interna es
básico para preservar la soberanía nacional. La geohistoria moderna nos ha
proporcionado patéticas enseñanzas acerca de las consecuencias de ausencias de
ocupaciones efectivas de lindes fronterizos".
Conforme con lo
anteriormente dicho, que asumimos como autocrítica, no podemos negar que hemos
cometido errores y desaciertos; sin embargo, nuestra lucha reivindicativa cada
vez se vuelve más inmarcesible.
Hemos sido implacables,
cierto, por cuanto nos asiste la razón.
Sin embargo, tengamos
en cuenta también que no es el momento de resentirse o cuestionar dónde
estuvieron las impropiedades y/o torpezas en el manejo de nuestro justo reclamo
al imperio inglés y a la excolonia británica.
Considero que, por la
importancia y trascendencia de la reivindicación histórica que perseguimos, y
en estricto apego al Derecho Internacional Público, estamos obligados -como
país- a “hablar el mismo idioma”.
No nos está permitido
cometer más deslices. Este asunto litigioso debemos encararlo con seriedad y
contundencia. El próximo reto es prepararnos para comparecer el 11 de agosto
por ante la Corte Internacional de Justicia a consignar las pruebas.
Las incoherencias que
manifestemos (adrede o involuntariamente) en el ámbito de que se trate se pagan
caro. No diversifiquemos intenciones o criterios en nuestro reclamo contencioso
venezolanista.
Cuando estamos
concernidos en un proceso en la citada Sala Sentenciadora de la ONU, referida
al supuesto carácter “válido y vinculante”
del nulo e írrito Laudo Arbitral de París del 03 de octubre de 1899 (porque tal
es la pretensión de la Parte demandante) aspiramos que prevalezca, entre
nosotros, la unidad de criterios para enfrentar esta lucha. Nada de
protagonismos odiosos. Por el contrario, debemos sostener criterios firmes y
unánimes, para desmontar la mencionada tratativa perversa.
Auguramos la necesaria
solidaridad e identidad nacional que merece el caso de la Guayana Esequiba.
Deseamos que nos mantengamos como un bastión compacto y fortificado.
Ya sabemos y no nos
amedrenta que dentro de las estrategias que han diseñado y acometido los coagentes
de la excolonia británica se cuentan: los pronunciamientos de la Caricom y de
la Commonwealth; así también, han logrado sumar opiniones de algunos países que
--como es fácil advertir- tienen señaladamente fuertes intereses en el área en
controversia, en la cual han recibido ilegalmente por parte de Guyana
concesiones para el desarrollo de proyectos.
Han logrado acopiar
suficientes recursos dinerarios de las empresas transnacionales (¿extorsión?)
que operan --sobre todo—en la proyección atlántica en la “Zona en Reclamación”,
para cancelar los carísimos honorarios de los abogados litigantes en este caso;
quienes tienen meses residenciados y haciendo lobby en La Haya.
Reflexionemos que
frente a tamaño desafío –esencialmente-- jurídico no hay que divagar o perder
el tiempo que nos hará falta más adelante; mucho menos entablar discusiones
estériles, que no cooperarán a la exigida mancomunidad de ideas fértiles y
sostenidos esfuerzos.
De tal manera que la
primera demostración debe ser de unidad venezolanista; emblema que estamos
obligados a exhibir ante el mundo, por encima de nuestras divergencias
ideológicas. La unidad para reclamar nuestra Guayana Esequiba debe
sensibilizarnos.
No nos cansaremos de
seguir invocando la plena solidaridad de todos los sectores y ámbitos del país,
con un invariable y exclusivo propósito:
demostrar que la Guayana Esequiba siempre nos ha pertenecido. Nuestro
comportamiento compacto coadyuva en la fortaleza probatoria.
Que quede claro que
hemos sido desde siempre dignos herederos de las glorias y conquistas
históricas de nuestros próceres e insignes libertadores.
Así como se ha logrado
hasta hoy, debemos seguir teniendo identidad y conciencia frente al arrebato
que nos perpetraron; además, es imprescindible el involucramiento de civiles,
militares, estudiantes, académicos, políticos, empresarios, obreros.
Compatriotas de los distintos cuerpos sociales; de todos quienes llevamos
suficientemente acendrada la venezolanidad.
Nada de voltear la
mirada o actuar con displicencia, como que el problema no fuera con nosotros.
Nada de pretender sembrar sal entre las piedras.
En el Recurso interpuesto
por Guyana contra Venezuela no hay en sus anexos documentos históricos,
cartográficos y menos jurídicos que demuestren o prueben nada.
En la Corte
Internacional de Justicia, al día de hoy, Guyana no ha consignado el más mínimo
escrito de probanza de la “propiedad” de esa nación sobre la extensión de la
Guayana Esequiba.
Nunca han tenido con qué ni cómo. Lo que sí
les aterra es que Venezuela comparezca en la Corte y desmonte todo el ardid
tramposo que se urdió en nuestra contra. La comparecencia nuestra –todo el país
lo sabe—es una determinación exclusiva
del jefe de Estado.
Otro aspecto que deseo
destacar es el siguiente: interesadamente y de mala fe, Guyana omite – a todo
evento-- el contenido y alcance del Acuerdo de Ginebra del 17 de febrero de 1966,
donde admiten los hechos denunciados por Venezuela (artículo I), los cuales
proporcionan y sustentan la base de nuestra contención. El Acuerdo de Ginebra
causó estado en la ONU, quedó firme conforme al Derecho Internacional.
Reitero que si en esa
ocasión admitieron los hechos y asimilaron los merecidos calificativos al Laudo
de nulo e írrito; como consecuencia, quedó cuestionado y desestimado, eo ipso,
la supuesta intangibilidad de cosa juzgada, para esa sentencia arbitral.
Guyana se presenta,
ante la Corte, con inanidad jurídica; sostenida en esa pobre fundamentación de
derecho.
No es un empecinamiento de nuestra parte, sino
que -exigiendo justicia- alegamos que
el Laudo de París adolece “de punta a punta” de error in procedendo (de forma)
y de error in judicando (de fondo), que lo dejó, desde su origen, sin eficacia
jurídica.
Tal documento siempre
ha sido un triste y vergonzoso adefesio que jamás debió considerarse recurso
oponible contra Venezuela, y menos intentar darle la categoría de jurisprudencia
y peor valorarlo como doctrina en el Derecho Internacional Público.
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