La lúdica arquetípica de Balza
Dr. Abraham
Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de
la Lengua
Presidente de
Observatorio Regional de Educación Universitaria (OBREU)
Con José
Balza, reconocido y auténticamente
laureado escritor - quien lleva la Deltanidad tejida a su piel- hemos
aprendido que los libros son objetos mágicos.
Leer no es
sólo consumir signos lingüísticos sino crear, elucidar, proponer, recomponer; y
a menudo, somos los lectores quienes les revelamos a los autores qué fue lo que
en realidad escribieron. Porque, aunque no toda lámpara tiene su genio, de lo
que si estamos seguros es que lo que brota también depende del espíritu, la
mentalidad y las sensibilidades de quien frota la lámpara; de quienes nos
adentramos en los lugares recónditos y las intencionalidades que habitan en
cada palabra escogida para que diga algo.
Cuando nos
disponemos a leer, a “frotar la lámpara”
para desafiar al genio, abandonamos la multiplicidad de inquietudes de la mente
y accedemos a concentrarnos, a seguir el curso de una idea, de una
argumentación; a confrontarla con nuestras propias consideraciones.
En el libro
de mi autoría “Hombres en la historia
contemporánea del Delta”, precisamente un personaje descollante – entre
otros- es el escritor José Balza, de interesante proyección internacional por
su densa obra.
Balza nos
relata que siempre ha sido muy disciplinado.
Nos expresa
que escribir para él es como un grado de sacerdocio con la vida y la belleza.
Balza
sentencia de este modo: “el lenguaje no
perdona, o te hace decir tonterías o te lleva a lo más hondo de la realidad y
de las personas”.
Confiesa
nuestro entrevistado que escribe, según nos ha dicho, en las mañanas, pero
puede sentir el eco de algo; un suceso, cosas que comentan y entonces obedece
de inmediato al llamado, se pone a trabajar donde quiera que se encuentre.
Ha llegado a escribir –sentado en un
aeropuerto en espera de un vuelo internacional - en una servilleta, un
cuaderno, la tableta.
Todavía
dibuja y viaja con lápices, pinceles y una acuarela.
Porque además
vive en lo más íntimo de sus ser la pasión desbordante de un artista plástico.
La verdad
balziana no debemos pesquisarla en el discurso sino en la episteme que define
su óntica; digamos, su modo de ser, su alforja de imaginarios y sus
sensibilidades.
Los
ejercicios narrativos de Balza nos llevan de la mano como ductores hacia la
realidad esperanzadora o hacia la proliferación de preguntas sin necesarias
respuestas.
Los lectores
aprehendemos de Balza escurridizas lúdicas (juegos inimaginables) en cada
párrafo textualizado; lo cual constituye una hermosa estrategia que impulsa a
darle completitud a sus ideas apenas insinuadas.
“Pude haber sido otro niño — relata Balza en
una entrevista que le hicimos, recientemente— pero había una energía vital que
se ubicaba en mí; yo era testigo privilegiado de aquel mundo: agua, cielo
inmenso, la vasta selva, montañas, lo que me hizo atrapar la realidad y
convertirla en palabras.”
¿Cuándo
supiste que había llegado el momento de salir del Delta (a conquistar el mundo)
para labrarte una trayectoria destinal?
“A los 16 años. Sucedió por casualidad y también porque ya había leído
mucho. Los libros te abren mundos distantes como si los tuvieras a la mano.
Nadie se imagina cuántos lectores ha habido en el Delta en los últimos cien
años”
Balza aporta,
aún en los intersticios de su narrativa, suficiente dialéctica, para
desenhebrar historias y experiencias.
Sus textos,
en tanto entidades vivas, nos guían; inclusive aquellos escritos de su época
juvenil que tuvo el atrevimiento de lanzarlos a las aguas de su avecindado Caño
Manamo, en un acto inconsciente de metafórico esparcimiento y de exquisita
proyección universal de sus letras.
Los textos
arquetípicos de Balza han irrumpido para provocar, para desencadenar
innumerables controversias; a veces para ir contra lo establecido, para
antagonizar los conceptos esclerosados por dogmatismos.
A Balza le
fascina dejar sentado en sus escritos pensamientos a contracorriente, en los
cuales el cinismo tiene un sitio preponderante.
Tuvimos la
osadía de preguntarle, sin el menor reparo: ¿Confiesas, conforme a las claves
narrativas de Neruda, que has vivido?
“Hasta la saciedad. He visto morir políticos;
y cada vez me gusta más que así ocurra. He sido amado y apreciado, y he correspondido
al máximo. Nací en el Delta del Orinoco, y ese es mi supremo don. Conozco
numerosas ciudades del planeta, y eso ha sido como beber un licor inagotable.
También estoy preparado para la partida”
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