sábado, 5 de marzo de 2011




    Para  resignificar nuestros espacios vitales
                                                   Dr. Abraham Gómez R.*
Ya ha sido bastante estudiado que las grandes civilizaciones de la humanidad han nacido y crecido al lado de inmensos cuerpos de agua. En sus distintos tramos culturales los seres humanos hemos apelado de manera consuetudinaria a los aportes variados de nuestros congéneres por una simple razón: porque nos necesitamos. La  condición gregaria que intrínsecamente nos ha acompañado está en cada intersticio de nuestra socialidad; y eso hace que resulte imposible que podamos escurrir los modos humanos de compartir e intersubjetivarnos.
Tal vez por ingenuidad o displicencia alguien llegue a preguntarse en cuanto a la posibilidad de “vivir” aislado, de proponerse una estructura parcelada ajena, distante de la mundanidad. Las consecuencias de tales determinaciones hoy serán fatales. La red de conectividades que incesantemente se ha venido tejiendo, personales o tecnológicas no permite esos caprichos o desvaríos. Ante nosotros un destino contemporáneo  indesligable: estamos obligados a convivir o para mejor decir comprometido a con-sentirnos. Tal enlazamiento colectivo constituye un inexorable desafío en estos tiempos en cualquier parte del globo terráqueo. Se ha impuesto la Alteridad. No somos nada ni nadie sin nuestros semejantes. Sin dudas La Otredad dándose en su máximo esplendor.
Aceptado así, entonces, qué nos queda por delante. De entrada hacer más vivibles los espacios socio-geográficos que hemos escogido para vincularnos en los diferentes e inacabables procesos de subsistencia y existencia. De apropiarnos de los bienes de la naturaleza para crecer orgánicamente y construirnos pensamientos para progresar intelectivamente.
Debemos reflexionar, con fuerza crítica, que no basta la ejecución de Políticas Públicas por parte de quienes rigen la “cosa del Estado”, si aparejado a esto los Ciudadanos no llegamos a comprender que somos la entidad social más importante.

 Las ciudades en tanto diseños modernos pactados para arreglarnos y satisfacernos las necesidades en común, no van más allá de la devoción que pongamos los ciudadanos para que nuestros ámbitos urbanísticos adquieran en sí mismos prácticas, funciones y hermosas configuraciones. Aunque hayan aparente o explícitas manifestaciones de los entes estatales por solucionar los entuertos públicos si quienes habitamos no ofrecemos la mínima voluntad para con-vivir casi nula será la tarea.
Empecemos con pequeños detalles, lejos de los monumentalismos, por el absoluto respeto con nosotros mismos, con espontáneos gestos de cortesía. Demos rienda suelta a reconocernos como gentes. Luego busquemos, con sentido de pertenencia, a identificarnos  con las infraestructuras públicas, cualquiera sea su denominación. Asumir a conciencia, que los “activos públicos” no son ni del Estado y menos de los gobiernos. Han sido construidos con la finalidad de ensanchar nuestra dimensión ciudadana.
Transcurrirán algunos otros años, junto con un inevadible aumento poblacional, habrá un crecimiento de demanda de servicios en todos los órdenes, para lo cual se hace obligante planificar, decisiones desde ahora para las acciones futuras. Nuestras Ciudades con creces  se lo merecen. A cada rato invocamos el potencial natural, recursos naturales y ubicación geográfica privilegiada como    ventajas comparativas, que ciertamente las tenemos, pero nos será muchísimo más útil cuando  el Talento Humano venezolano comprenda que, a pesar de las confrontaciones ideológicas necesarias, con sentido sinérgico constituyamos el baluarte de nuestra “humana condición”.
·        Doctorado en Ciencias Sociales. U.C.V







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