sábado, 19 de marzo de 2011

SE COMETE  DELITO AL DISENTIR

                                         Dr. Abraham Gómez  R.

De modo parecido como se fundamenta, en la actualidad, la sociedad del crecimiento: casi únicamente en base a la obsolescencia programada, es decir la caducidad sistemática de todo cuanto se vaya produciendo. Así hay “sistemas políticos esotéricos” cuyos principios se vuelven   inaccesibles, incomprensibles y de difícil acceso.  Además sólo a los conocedores de sus mitos e involucrados en  sus ritos les está permitido participar. Sin embargo, tales manifestaciones políticas de ocultismos también tienden a extinguirse.
Las escasas maneras a las que apelan los practicantes y divulgadores de esas ambiguaciones consisten en pergeñar imaginaciones de un mundo mejor, al que deben, obligantemente, someterse quienes han jurado “la doctrina” que los vincula. Las posiciones críticas-reflexivas allí no cuentan. Las preguntas que pretendan hurgar más de lo permitido se vuelven irreverentes, sospechosas. Las inteligencias que reverberan para hacerse sentir y proponer son execradas. El otro es un huésped incómodo. La idea antagónica es deleznada como bicha rara. No se admite una palabra extraña en vía contraria. Hoy en nuestro país percibimos que nos encontramos bastante lejos de las claves narrativas de Baudrillard acerca de los desafíos de la diferencia “que constituye al sujeto especularmente, siempre a partir de otro que nos seduce o al que seducimos, al que miramos y por el que somos vistos. Somos, en este sentido, ser para otros y no sólo para la teatralidad propia de la vida social, sino porque la mirada del otro nos constituye, en ella y por ella nos reconocemos. La constitución de nuestra identidad tiene lugar desde la alteridad”. Un elemento adicional apunta a que dentro de los cánones del esoterismo partidista, en esta hora aciaga venezolana, obligan para que prevalezca la fábrica de predicaciones vacías de contenidos, por ejemplo la infalibilidad del hiperlíder, opinador incansable de todo.
Los densos sectores democráticos, respetuosos de los disensos,  auspiciadores de las deliberaciones han venido develando los perniciosos mecanismos instaurados por el  presente régimen nacional: La utilización de los instrumentos y procedimientos jurídicos con el propósito de neutralizar al otro. A quien se oponga. A tales efectos el régimen manipula y coloca a su antojo y designios a quienes dirigen las instancias administradoras de Justicia. La  clásica separación de Poderes de un Estado democrático quedó en el olvido. Hay que someter, según ellos como único recurso que les va quedando, para mantenerse. No cabe la menor duda: estamos viviendo ilimitadas represiones ante un régimen con miedo.   Qué les aconseja el manual para estos casos, de sobra  padecidos por la humanidad: un muy descarado forjamiento para que  las diligencias de los fiscales del ministerio público, las decisiones de los jueces, las actividades de los cuerpos de seguridad y la manera de presentarlos ante los medios de comunicación social que medran ante el oficialismo estén imbricadas y teñidas de “legalidad”, en aparente concordancia con la Constitución. Se traman los juicios sumarios. Se acomodan las sentencias por los delitos de decir o plantear una idea distinta,  explicar las  cosas con un pensamiento diferente. Tales atrevimientos adquieren de suyas cruentas violaciones a “la ley”, por lo que deben ser juzgados y severamente  castigados, conforme a la norma que este “esoterismo político” venezolano impone. Nadie está exento.





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