sábado, 14 de enero de 2017



Educar con Amorosidad

Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

Hace poco más de un año, tuvimos la ocasión de invitar a Tucupita a dos reconocidos investigadores sociales venezolanos: Oscar Misle y Fernando Pereira, directivos del Centro Comunitario de Aprendizajes, CECODAP:   organización elogiada ya en el mundo entero, por cuanto desde su fundación en 1984, como ente sin fines de  lucro, trabaja en la promoción y defensa de los Derechos Humanos de la niñez y adolescencia, haciendo especial énfasis en la construcción de una convivencia sin violencia a través de la participación ciudadana de los niños, niñas y adolescentes, familias, centros educativos .
En la citada oportunidad, dictaron en el Consejo Legislativo del estado Delta Amacuro, bajo los auspicios de la UPEL, la conferencia titulada “ Lo que esconden los morrales”,  contenido  de un texto de su autoría, básicamente destinado a  los profesionales que trabajan directa e indirectamente con la educación, estudiantes cuyas aspiraciones van dirigidas a hacerse docentes, en los distintos niveles y modalidades; así también  para madres, padres que participan en  diversas asociaciones, líderes comunitarios y todos quienes  que se preocupan por la protección de sus hijos e hijas.
Entonces, informalmente, Oscar y Fernando, nos hicieron saber que estaban ya en la fase conclusiva de una nueva  indagación.
Producto del trabajo afanoso e  intelecto de tan insignes ductores de los procesos educativos en nuestro país no cabía la menor duda de la calidad de los resultados que ahora apreciamos en el libro “Si los pupitres  hablaran”.
 Ellos ya nos habían adelantado la oposición que siempre han mantenido con la manera cómo queda estructurada  el aula de clases con pupitres; ya que, nos expuso Misle con suficiente justificación: “a  lo largo de la historia, el pupitre ha mantenido un lugar inamovible, diríase que estático, en la educación. Es el puesto que ocupan los estudiantes para recibir clases, el lugar donde deben permanecer sentados, quietos, dándole la espalda a quien está detrás. Los estudiantes pasan horas en una posición que poco tiene que ver con la conexión cara a cara que favorece la disposición a convivir, compartir y resonar con lo que el otro piensa y sienten

Un hecho, no menos significativo en este valioso  texto  es que muestra rutas para la prevención de la violencia en centros educativos. Es una invitación a la acción. A pensar y   hacer. Ofrece posibilidades para que la cultura de Paz encuentre en las escuelas tiempo y espacio para la formación, participación, coordinación y  permanencia.  Se consolide la convivencia pacífica y democrática.
La educación, para responder a las necesidades y prioridades actuales, necesita reinventarse para que el aburrimiento, el desinterés y la apatía no se traduzcan en hostilidad y violencia intraescolar.
Hay un hermoso elemento implícito que lo conseguimos vertebrando en el texto: la Amorosidad  como categoría indesligable en todos  los procesos educativos.
Tal imantación de amor en el momento de enseñar y aprender,  además constituye la esencia y  base para crear  vínculos entre el docente y el alumno que a partir de esta relación se desarrollan mejor las demás cualidades.



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