Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
abrahamgom@gmail.com
Hace algunos años hubo intentos
serios para clasificar, más o menos con cierta tipología los hechos atroces cometidos. A cada delito, por el modo y procedimiento, le
daban un esquema para posterior referencia.
Hubo esfuerzos para precisar alguna nomenclatura, tipo registro de los
delitos y de los delincuentes. (El
Modelo Biométrico de Bertillon, la Biotipología
de Kretschmer, Teoría
de Inferioridad de Earnest Albert Hooton etc.)
Cuando se tienen los rasgos
comunes claros, para conceptuar a la delincuencia y a los delincuentes hay casi
que una mejor manera de ejecutar las Políticas, planes y programas cuya finalidad
es la de contrarrestar este flagelo
social, a partir de las taxonomías que llegan a ser del dominio de los especialistas.
Hasta hace algún tiempo,
relativamente breve, desde los organismos de seguridad y orden público del
Estado se hacían operativos con la presunción de que los resultados serían ligeramente
favorables a la tranquilidad ciudadana.
Pero, qué ha venido sucediendo últimamente. Por qué las acciones que
propenden a constreñir las fechorías son
pocas e inocuas. Por qué los índices criminógenos van en aumento.
Interrogantes que concitan a muchas reflexiones.
En seguida, intentamos una explicación a tal aserto.
Primeramente, los conceptos y las categorías que denominaban a la
delincuencia y sus actos consecuenciales se han desdibujados, se han
transfigurados. Hay que repensar este asunto societal hondamente.
Los conceptos y palabras tradicionales que usábamos para denominar hechos calificados como delitos ya
no cuadran con la lamentable realidad que corre en estos días aciagos, fuertemente
marcados por la criminalidad. En todos los espacios y niveles.
Por ejemplo, no hay horas específicas: los delitos ocurren lo mismo de
día que de noche.
Otro elemento que quedó atrás es
el encuadramiento de los delitos en algunas temporadas. Solíamos decir que
había unos meses del año que eran como
más propensos para hechos delictivos.
Ahora en cualquier época se cometen fechorías.
Antes señalábamos que ese era un fenómeno de las grandes ciudades. Resulta
que indistintamente a la condición de metrópolis o pueblos las cifras rojas del
delito las conseguimos sin distinción socio-económica.
Había el atrevimiento de apuntar
que la mayor proporción de los ataques a las personas o bienes estaban dados invariablemente de pobres contra ricos;
ya no hay diferenciación, porque en la actualidad encontramos a pobres
arremetiendo contra pobres. Así clarito.
Podemos, en este curso de análisis, ir desenhebrando esta madeja:
una cruda realidad, descrita sucintamente.
Qué opciones tenemos, entonces. Sería la pregunta. Tenemos, entre
muchas otras, tres alternativas: ser
indiferentes, como si nunca nos fuera a tocar de modo directo.
Otra salida, según algunos,
sería huir espantados pero sin aportar nada para solucionarlo. Y la que nos
impone la Conciencia Ciudadana :
encarar desde múltiples ángulos esta problemática; porque estamos convencidos
que un único sector oficial o de la sociedad civil en general no resuelve
tamaña patología social. Ciertamente, estamos en presencia de una sociedad
enferma.
Si. La llamamos enfermedad del colectivo porque así como el organismo vivo se enferma tambien se
enferma la sociedad, y no bastan las leyes
o los operativos de represión.
A lo que hemos denominado
fenómeno delincuencial tenemos que entrarle entre todos para buscar su
eficiente corrección.
La universidad, que es nuestro ámbito natural de trabajo, ha estado,
desde siempre comprometido en la solución de tal problemática en lo que sabe
hacer: generar conocimientos. Para aportar soluciones, ya hay a disposición de
quienes lo soliciten estudios enjundiosos de las Nuevas Tipificaciones
delictuales de la Venezuela
de hoy, producto de historias de vida
narradas por sus protagonistas.
Estamos obligados a reestudiar este
asunto que nos asfixia socialmente.
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