¿Borramos
a Darwin de la escuela?
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua.
Admitamos, de entrada, que la Educación (si prefiere
llamarlo, acto o hecho educativo), aunque se reconoce como un proceso multifactorial;
sin embargo, queda sustentada en tres componentes esenciales que se imbrican (conectan)
y se vuelven inseparables.
Analicemos por partes: primero, tal vez los que la gente más
relaciona con la educación son los
contenidos curriculares ( las materias) que se sistematizan, se programan
y se desarrollan a través de ejes
temáticos y por asignaturas en la
escolarización. Esa es apenas una vertiente de la complejidad de la educación.
La segunda estructura que sostiene al proceso educativo queda
posicionada y afincada en los
inacabables eventos y momentos que facilitan la socialización; que hacen
posible las relaciones interpersonales, los compartimientos grupales.
Precisamente, sobre tal aspecto deseamos destacar que las reuniones
sociales, encuentros de cualquier tipo,
las actividades desde los medios de
comunicación, el uso de las plataformas
digitales, la participación en organizaciones políticas o religiosas; en fin, los
vínculos y nexos con otras personas cobran singular importancia y refuerzan la
educación, en su sentido integral.
El tercer término (sin que tenga antes alguna prelación) se
le reserva a la decidida y permanente
incorporación de valores.
Denominado también como componente axiológico. Del griego
axios: digno y valioso.
La permanente asimilación de valores facilita el modelamiento de la personalidad del sujeto en
condición de discente, de estudiante. Y diremos, propiamente, que de todo ser
humano en cualquier etapa de su vida.
Los factores citados conforman una tríada que anudamos en
nuestra existencia, para decidir cómo deseamos formarnos.
Mencionemos, entonces otra vez ese interesante trípode de
nuestra educación: contenidos curriculares, procesos de socialización y
asimilación de valores.
Quizás haya tenido más repercusión el enunciado “Siembra de
valores” con el que se ha venido dando a conocer la importancia de los valores
a lo largo de la humanidad.
No obstante, cabe preguntarse: ¿De qué valores estamos
hablando, cuando hablamos de valores?
Interesante interrogante que nos hacemos siempre; y que
intentamos responder de esta manera: los individuos deben acrisolarse con todos
los valores que posibiliten su fortaleza ético-moral, la profundidad religiosa,
los discernimientos lógicos, el
engrandecimiento estético. Todos los valores positivos, sin excepciones.
Con este instrumental de valores en su caja de herramientas,
el ser humano no necesita ocultar o temer que en las escuelas se discuta la
Teoría del Evolucionismo de Darwin, sobre el origen del hombre. La analizará
como lo que realmente es: una teoría, que no se impone; se estudia en su verdadero
contexto.
En una familia con devoción y fortaleza Cristiana; donde se
ha asimilado la Gracia Divina de la Creación humana; reafirmada, también, en el
Acto Educativo es muy difícil que alguna teoría, por exótica que se presente,
pueda llegar a distorsionar las fortalezas religiosas y morales del individuo.
Con mucho más razón exponemos que la historia familiar actúa,
en todo momento, como un aglutinante o vertebrador en la existencia de sus
miembros.
Permítanme insistir con esta expresión: en un familia,
suficientemente estructurada, prevalece un “orden genealógico recurrente” entre
sus individuos que responden a su misma “cepa o serie familiar”. Orden o
linealidad apreciable en las actitudes de respeto a las opiniones contrarias.
Tolerar, por ejemplo, la Teoría evolucionista de Darwin, la cual no hay porqué
excluirla de los planes de estudios. Se discierne como cualquiera otra.
Un individuo con formación y suficiente respeto por el
disenso puede escuchar discursos de todo tipo sin llegar a tambalearse, porque
hay firmeza en sus valores.
En un individuo con valores acendrados desde su familia son
apreciables sus predisposiciones, sus sensibilidades e intencionalidades en cada
acto.
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