Para Balza,
con buena parte de sus exquisitas letras
Dr. Abraham
Gómez R.
Miembro de la
Academia Venezolana de la Lengua
Miembro del
Instituto de Estudios Fronterizos de Venezuela
Nos
ha ocurrido que cada vez que mencionamos –intencionadamente— el vocablo Deltanidad
se devela un hermoso “tejido de piel social “, que impronta de forma espontánea
nuestras valoraciones, motivaciones, costumbres, conocimientos, emociones,
sensibilidades, mitos, ritos, triunfos y desaciertos.
Digamos,
en resumen, la Deltanidad concita las respectivas vivencias, sin eludir que
también atravesamos carencias. En el Delta todos cabemos y sentimos en una
bella relación de identidad.
Nos
constituimos en una inmensa familia asentada en más de cuarenta mil kilómetros cuadrados.
A
partir de la Deltanidad nos hemos permitido enhebrar nuestra especificidad
cultural.
Hay
una efervescente imantación colectiva, inexplicable. Una natural magia telúrica
que dimana con el propósito de entrelazarnos con hilos de emoción.
Interminable
legión de hombres y mujeres, de nuestro Delta del Orinoco, destacados y
prominentes han recorrido el mundo – y lo continuarán haciendo—bajo distintas
circunstancias; sin embrago, conseguimos un elemento vertebrador en cada
narrativa y experiencia: la tierra, que los vio nacer, va muy acendrada en sus corazones.
Quizás,
se llegue a comprender que lo que hemos sido y vamos siendo se lo debemos a la matriz
social que rige nuestro trasfondo vivencial, ese mundo de vida que nutre el
modo de conocer individual y socialmente. Que cada quien le añade su
singularidad, su estilo para simbolizar y decir con palabras las realidades.
Los
asiduos lectores de los textos del laureado maestro José Balza aprehendemos sus
escurridizas lúdicas en cada relato; y en bastante de su entramado escritural
aparece el Delta.
Acaso
constituya una hermosa estrategia, de su parte, que incita a darle completitud
a las ideas que apenas insinúa.
Sus
ejercicios narrativos nos llevan de la mano como ductores hacia la realidad
esperanzadora o hacia la proliferación de preguntas sin necesarias respuestas.
“…pude
haber sido otro niño —relata Balza en una entrevista que le hicimos,
recientemente —pero había una energía vital que se ubicaba en mí; yo era
testigo privilegiado de aquel mundo: agua, cielo inmenso, la vasta selva,
montañas, lo que me hizo atrapar la realidad y convertirla en palabras…”
Los
textos arquetípicos de Balza han irrumpido para provocar, para desencadenar
innumerables controversias; a veces para ir contra lo establecido, para
antagonizar las ideas esclerosadas por dogmatismos. Le fascina dejar sentado en
sus escritos pensamientos a contracorriente, en los cuales el cinismo tiene un
sitio preponderante.
Nuestro insigne escritor, nacido a orillas del
Caño Manamo, hoy recibe el VIII premio Pedro Henríquez Ureña (2021), otorgado
por la Academia Mexicana de la Lengua; con suficientes méritos, con base a su amplísima
producción literaria.
El
exigente jurado del premio también hizo bastante relevancia en que Balza edifica
lingüísticamente en su trabajo ensayístico un espacio amplio e inteligente
donde figuras y renombres como Baltasar Gracián, Juan Espinosa Medrano y
Hernando Domínguez Camargo, todas aparejadas con la obra del Manco de Lepanto.
El
nombre de Balza se suma al de Emilio Lledó, Pedro Lastra, Luce López-Baralt,
Alfredo López Austin, Noé Jitrik, Francisco González Crussí y Santiago
Kovadloff, quienes ganaron las ediciones pasadas
Balza
es considerado en el presente tramo epocal contemporáneo, uno de los escritores
más importantes de Latinoamérica y buena parte de otras latitudes del mundo.
Siempre
hemos abrigado la esperanza de solicitar a nuestro compañero de la Academia
Venezolana de la Lengua que nos devele el hermoso componente filosófico que
encierra su sentencia: “una novela es el resultado de la pasión por el
sinsentido”.
No hay fatalismos en su campo léxico.
Sus
textos nos guían como cuerpos vivos, inclusive aquellos escritos de su época
juvenil que fueron arrojados a las aguas de su avecindado río, en acto inconsciente
de metafórico esparcimiento.
El cuento como género literario, según enuncia
Balza con reiteración, no admite vacilación, en ninguno de sus vocablos. Cada
palabra deja de existir por sí misma para conducir a la próxima. Y la última –
nos dice—es proporcionalmente la primera.
En
agradables tertulias hemos coincidido en que las palabras no son neutras; cada
una tiene su propia carga axiológica – lo cual no es motivo de discusión entre nosotros—por cuanto, prohijamos
la idea de que cada térmico se construye
para que dé cuenta de su específico tramo de mundo-historia.
Supimos
que con tan solo (16) años, Balza decide labrarse sus propios horizontes, fuera
del Delta: “Me fui por casualidad, y porque ya había leído mucho. Los libros
te abren mundos distantes, como si los tuvieras a la mano. Nadie se imagina
cuántos lectores ha habido en mi tierra, en los últimos cien años”.
Tuviste
confianza en ti mismo —le señalamos concordantemente--. Creíste absolutamente en
tu potencial creativo con las palabras; como imaginador de cosas que luego
propenderías a narrar.
Balza
posee una intrínseca cualidad para distanciarse de las hipocresías y de las
lisonjas inoportunas; no obstante, sabe ser fino con los sinceros reconocimientos
– como el que ahora ha obtenido; por cierto, uno de los más prestigioso de
América.
A
pesar de que las distinciones le abruman; dice Balza porque llevan implícitas adulancias
o demasiados compromisos; pero si vienen con afectos, de seguro proporcionan
alegrías.
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