sábado, 27 de noviembre de 2021

 

  Para Balza, con buena parte de sus exquisitas letras

Dr. Abraham Gómez R.

Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

Miembro del Instituto de Estudios Fronterizos de Venezuela

 

Nos ha ocurrido que cada vez que mencionamos –intencionadamente— el vocablo Deltanidad se devela un hermoso “tejido de piel social “, que impronta de forma espontánea nuestras valoraciones, motivaciones, costumbres, conocimientos, emociones, sensibilidades, mitos, ritos, triunfos y desaciertos.

Digamos, en resumen, la Deltanidad concita las respectivas vivencias, sin eludir que también atravesamos carencias. En el Delta todos cabemos y sentimos en una bella relación de identidad.

Nos constituimos en una inmensa familia asentada en más de cuarenta mil kilómetros cuadrados.

A partir de la Deltanidad nos hemos permitido enhebrar nuestra especificidad cultural.

Hay una efervescente imantación colectiva, inexplicable. Una natural magia telúrica que dimana con el propósito de entrelazarnos con hilos de emoción.

Interminable legión de hombres y mujeres, de nuestro Delta del Orinoco, destacados y prominentes han recorrido el mundo – y lo continuarán haciendo—bajo distintas circunstancias; sin embrago, conseguimos un elemento vertebrador en cada narrativa y experiencia: la tierra, que los vio nacer, va muy acendrada en sus corazones.

Quizás, se llegue a comprender que lo que hemos sido y vamos siendo se lo debemos a la matriz social que rige nuestro trasfondo vivencial, ese mundo de vida que nutre el modo de conocer individual y socialmente. Que cada quien le añade su singularidad, su estilo para simbolizar y decir con palabras las realidades.

Los asiduos lectores de los textos del laureado maestro José Balza aprehendemos sus escurridizas lúdicas en cada relato; y en bastante de su entramado escritural aparece el Delta.

Acaso constituya una hermosa estrategia, de su parte, que incita a darle completitud a las ideas que apenas insinúa.

Sus ejercicios narrativos nos llevan de la mano como ductores hacia la realidad esperanzadora o hacia la proliferación de preguntas sin necesarias respuestas.

 

“…pude haber sido otro niño —relata Balza en una entrevista que le hicimos, recientemente —pero había una energía vital que se ubicaba en mí; yo era testigo privilegiado de aquel mundo: agua, cielo inmenso, la vasta selva, montañas, lo que me hizo atrapar la realidad y convertirla en palabras…”

 

Los textos arquetípicos de Balza han irrumpido para provocar, para desencadenar innumerables controversias; a veces para ir contra lo establecido, para antagonizar las ideas esclerosadas por dogmatismos. Le fascina dejar sentado en sus escritos pensamientos a contracorriente, en los cuales el cinismo tiene un sitio preponderante.

 Nuestro insigne escritor, nacido a orillas del Caño Manamo, hoy recibe el VIII premio Pedro Henríquez Ureña (2021), otorgado por la Academia Mexicana de la Lengua; con suficientes méritos, con base a su amplísima producción literaria.

El exigente jurado del premio también hizo bastante relevancia en que Balza edifica lingüísticamente en su trabajo ensayístico un espacio amplio e inteligente donde figuras y renombres como Baltasar Gracián, Juan Espinosa Medrano y Hernando Domínguez Camargo, todas aparejadas con la obra del Manco de Lepanto.

El nombre de Balza se suma al de Emilio Lledó, Pedro Lastra, Luce López-Baralt, Alfredo López Austin, Noé Jitrik, Francisco González Crussí y Santiago Kovadloff, quienes ganaron las ediciones pasadas

Balza es considerado en el presente tramo epocal contemporáneo, uno de los escritores más importantes de Latinoamérica y buena parte de otras latitudes del mundo.

Siempre hemos abrigado la esperanza de solicitar a nuestro compañero de la Academia Venezolana de la Lengua que nos devele el hermoso componente filosófico que encierra su sentencia: “una novela es el resultado de la pasión por el sinsentido”.

 No hay fatalismos en su campo léxico.

Sus textos nos guían como cuerpos vivos, inclusive aquellos escritos de su época juvenil que fueron arrojados a las aguas de su avecindado río, en acto inconsciente de metafórico esparcimiento.

 El cuento como género literario, según enuncia Balza con reiteración, no admite vacilación, en ninguno de sus vocablos. Cada palabra deja de existir por sí misma para conducir a la próxima. Y la última – nos dice—es proporcionalmente la primera.

En agradables tertulias hemos coincidido en que las palabras no son neutras; cada una tiene su propia carga axiológica – lo cual no es motivo de  discusión entre nosotros—por cuanto, prohijamos  la idea de que cada térmico se construye para que dé cuenta de su específico tramo de mundo-historia.

Supimos que con tan solo (16) años, Balza decide labrarse sus propios horizontes, fuera del Delta: “Me fui por casualidad, y porque ya había leído mucho. Los libros te abren mundos distantes, como si los tuvieras a la mano. Nadie se imagina cuántos lectores ha habido en mi tierra, en los últimos cien años”.

Tuviste confianza en ti mismo —le señalamos concordantemente--. Creíste absolutamente en tu potencial creativo con las palabras; como imaginador de cosas que luego propenderías a narrar.

Balza posee una intrínseca cualidad para distanciarse de las hipocresías y de las lisonjas inoportunas; no obstante, sabe ser fino con los sinceros reconocimientos – como el que ahora ha obtenido; por cierto, uno de los más prestigioso de América.

A pesar de que las distinciones le abruman; dice Balza porque llevan implícitas adulancias o demasiados compromisos; pero si vienen con afectos, de seguro proporcionan alegrías.

 

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