Profesor
universitario: inspirador, creativo e innovador
Dr. Abraham Gómez R. (*)
Miembro de la Academia
Venezolana de la Lengua.
En esta fecha, 5 de
diciembre, Día de profesor Universitario, que en sí misma comporta un hito
histórico en la educación universitaria venezolana, se hace imprescindible
destacar, discursivamente, que un docente universitario no alcanza su
meta-peldaño para encumbrarse y regocijarse en ese objetivo académico. Y menos
en las actuales condiciones de proletarización en las cuales nos han subsumido.
El propósito esencial
de quienes hemos hecho los espacios de educación superior nuestro hábitat
natural consiste en vincularnos para aportar soluciones a los problemas de las
sociedades, con lo cual reivindicamos nuestra identidad societal y la
reafirmación de categoría profesional.
Con toda seguridad, el
siguiente aserto será ampliamente compartido: los profesores universitarios
somos lo que leemos y lo que dejamos de aprender.
Además, permítanme
añadir que cada vez que celebramos un día como el de hoy —en su más pura
acepción-- consagratorio al profesor universitario, uno busca caer en la
tentación de decir cosas, de reflexionar en torno a la naturaleza de la
condición del docente que interactúa en los ambientes universitarios.
Ciertamente, el
desempeño como profesor universitario se va adquiriendo en progresividad, en tanto
requerimiento necesario, pero no es
suficiente para el desarrollo de un tejido cultural y científico, si no va
aparejado, obligantemente, a conectarse y a nutrir los distintos actores y
objetivos societales.
Preguntamos: ¿acaso no
es nuestra la responsabilidad de imbricar para beneficio de la sociedad los
conocimientos generados y los resultados investigativos, a partir de la indetenible dinámica en nuestras
universidades?
A veces llegamos a
reflexionar que la sociedad se ha
vuelto desestimadora de la vida universitaria; que no asimila, en algunos
casos, los criterios, ponderaciones e
importancia de los infinitos saberes aprovechables que se generan.
Podemos llegar a
responder, de la siguiente manera: nunca se alaba lo que no se conoce.
Si la sociedad ignora el significado de la
vida interna de las universidades, difícilmente les conferirá su exacto valor.
Parece que el sistema académico en nuestro país ha fallado para comunicar el
sentido e intencionalidad de todo cuanto se ha venido haciendo.
Vamos a asumirlo como
autocrítica: ha habido de nuestra parte poca o ninguna ocupación para
exteriorizar resultados concretos.
Rememoramos, para
fortalecer nuestra génesis, que el 5 de diciembre del año 1958, se sancionó y
promulgó una nueva Ley de Universidades que vino a sustituir la que para
entonces estaba en vigencia desde 1953.
Así entonces, queda
instituida esa fecha, como Día del Profesor Universitario; sin embargo, en 1970
se reforma la mencionada norma, sustancialmente, hasta obtener el orden prescriptivo
para el sistema universitario venezolano que nos rige ahora.
Observamos también con
bastante preocupación que, ante las crisis que nos flagela como a todo el país,
un número considerable de Instituciones de educación Superior y una apreciada
facción de docentes universitarios han adoptado una respuesta mimética y
adaptativas a los embates, sin llegar a proponer cambios significativos o de
irreverente transformación.
Digamos que la tímida
excepción la constituyen algunas universidades plurales y libres, en conjunto con los docentes que han
asumido los desafíos para desarrollar alternativas académicas, con perspectivas
de inclusividad hacia la parte de la
sociedad que ha querido ser emprendedora.
A pesar de haber
nacido la Universidad en la Edad Media, como una entidad donde concurren
maestros y discípulos en la búsqueda de la verdad, hoy las múltiples conexiones
tecnológicas han transformado los modos de generar los conocimientos, de
preservarlos, de re-hacerlos y transmitirlos con otros principios y valores.
Frente a ese desafío los docentes universitarios no podemos eludir. Estamos
obligados a encararlos e incorporarlos – como aprendices permanentes- a
nuestras cajas de herramientas intelectuales.
La Educación Superior
en el presente siglo XXI debe asumir el cambio para el futuro como
consustanciales de su ser y quehacer. Dicha transformación exige de las
instituciones de educación superior una predisposición a la reforma constante
de sus estructuras y métodos de trabajo
Esto implica asumir la
flexibilidad epistemológica. Admitir que
hay muchas y hasta contradictorias visiones del mundo y la vida; y las diversas
propuestas teóricas para comprenderlas, en lugar de la rigidez y el apego a
tradiciones inmutables.
Hoy, hacemos propia la
reflexión que apunta por la incorporación prospectiva del docente universitario
en su labor diaria. Que diga y aporte soluciones; para que el profesor de la
educación superior participe de manera activa en la elaboración de los
proyectos futuros de la sociedad que queremos y necesitamos, inspirados en la
solidaridad, en la superación de las desigualdades y el respeto a los fines
democráticos, a la meritocracia y a la pluralidad del pensamiento.
(*) Docente universitario
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