Todo en la
lengua es huella referida por sus hablantes
Dr. Abraham
Gómez R.
Miembro de la
Academia Venezolana de la Lengua.
Comencemos por asimilar que la Academia comprende que la lengua no es
una realidad fija, inmutable, perfecta; porque, las palabras nacen, crecen, se
reproducen, se ocultan y reaparecen. Además, las palabras se anidan en la
lengua; entonces, al cambiar una, transforma la otra.
Los lingüistas están conscientes que en todo idioma lo más natural y
legítimo que puede ocurrir son los cambios;
que van aparejados a las mutaciones intrínsecas de las sociedades; por cuanto, la
lengua pertenece –insistimos-- a la comunidad o espacio social de donde
proviene.
Sin embargo, asumimos que la lengua en tanto una entidad social, posee, implícitamente,
sus propias normas y desenvolvimientos. Dicho así, entonces, la persona escoge
si quiere escribir o hablar al garete o acatar –relativamente-- ciertos lineamientos
en sus actos de habla y en sus manifestaciones escriturales.
Queda sentenciado que el hablante decide en su libre albedrío su modo de
conducirse lingüísticamente.
La consigna más cercana lo expresaría así: “dime cómo hablas o escribes y te diré quién eres”.
Una sana advertencia: tampoco pedimos que haya un permanente ejercicio
de erudición y manejo de exquisiteces gramaticales; aunque, en honor a la
verdad, la lengua coloquial --en apariencia suelta y sencilla-- también tiene
su orden léxico-semántico y morfosintáctico.
Admitamos, con certeza, que la población, en sentido general, no tiene por
qué hablar o escribir (obligantemente) como los Académicos. Cada uno en su
propio espacio contextual.
En lo que sí hay plena coincidencias, es que las Academias de la Lengua
han sido fundadas para describir hechos lingüísticos; para prescribir el uso
correcto (señalar algunas normas sin imponerlas); y en específicos casos
proscribir al pesquisar las distorsiones que se susciten; o cuando estas instituciones
entran en sospechas que hay alejamientos en los usos adecuados de los actos de
habla o un inocultable desorden de la lengua.
La Real Academia de la Lengua y sus entes correspondientes adscritos en
la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) siempre han estado
puertas abiertas para admitir, analizar e incorporar neologismos.
La Academia de la Lengua jamás ha impuesto vocablos para el uso común. Por
el contrario, cada cierto lapso da a conocer los términos que se suman a
nuestra amplia lexicografía, que surgen del habla cotidiana, con sus
respectivas acepciones; previos estudios que guardan vinculación con la
realidad sociolingüística a la que aspiran darle significado.
Para la inmensa comunidad de hispanohablantes en el mundo; que sobrepasa
ya quinientos millones de personas (7.6 % de la población), nuestra autoridad
máxima; tal vez, algo así como el tribunal supremo del idioma lo conforma, con
certeza y propiedad, la Real Academia Española.
Las (23) Academias de la Lengua Española, que se han creado en igual
número de países, admiten como condición ser Correspondientes de la RAE.
La nuestra, en Venezuela, desde sus orígenes ha tenido interesantísimos
momentos y eventos. No exentos de serias confrontaciones.
Precisamente, el mismo día cuando inicia sus actividades formales --10
de abril de 1883 - arranca con una polémica de forma y fondo.
El presidente Guzmán Blanco, quien a su vez ocupaba el cargo de director, pronunció un
discurso enjundioso y bastante incitador para ese momento.
El eje central de la citada pieza oratoria hurgaba y cuestionaba sobre
los orígenes y definición de la lengua que se hablaba en Venezuela: ¿era
castellano o español?
Sobre el citado eje temático, se hacía cotidiano y corriente que se tramaran
discusiones Se cruzaban serios y violentos argumentos
entre quienes defendían la tendencia
impositiva, sostenedora que en nuestro país prevalecía el español
peninsular, heredado en tierras americanas; frente a esa irreductible posición
se levantaba otro inmenso bastión que apoyaba la insurgencia lingüística del
castellano específico en este continente. Nuestro propio geolecto. Se suscitó,
entonces, una disyunción suficientemente marcada; donde se deslindaron dos corrientes
de intelectuales inclinados por una u otra posición teórica. ¿Hablamos el
español ibérico o el castellano americano?
Para que tengamos una idea de lo bastante serio del asunto. En los
sitios populares: plazas, mercados, paseos y en muchos otros lugares “nada
académicos” se escenificaban encolerizadas controversias.
Unos encauzados a reconocer que el puro español peninsular era lo que
hablábamos, como nuestro idioma natural; y otros favorecedores del castellano
que nació y consiguió en América su especificidad lingüística
Luce banal, en el presente, trenzarnos en un pugilato similar; porque,
tal polémica ha sido superada y sus términos aclarados. Vale una breve
explicación.
Al momento de mencionar el idioma o la lengua común de España, como
también de muchas naciones de América y que además se habla como propia en
otras naciones del mundo, resultan válidos y apropiados los vocablos castellano
y español, indistintamente, según la preferencia del hablante. Da lo mismo
decir que habla castellano o español.
Hay quienes recomiendan que se diga que hablamos español para no caer en
confusiones con la lengua histórica (el castellano) que nació en el reino de
Castilla, en la Edad Media.
Asimismo, agreguemos que la propia Academia apenas sugiere una
determinada forma de construir los actos de habla, atendiendo al buen empleo
del idioma; jamás la RAE impone a capricho las normas.
Cuando han sido necesarios los cambios y las transformaciones, la
Academia ha tomado la iniciativa; dado que, nuestra Institución señera del buen
hablar y escribir señala cómo es preferible que sea, y no cómo tiene que ser.
(Hasta el próximo año 2024, que auguramos sea más vivible).
No hay comentarios:
Publicar un comentario