Guayana
Esequiba: en el ámbito internacional los deslices se pagan caro
Dr. Abraham
Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
Asesor de la Fundación Venezuela Esequiba
Miembro del Instituto de Estudios Fronterizos
de Venezuela
Presidente del Observatorio Regional de
Educación Universitaria (OBREU)
Estamos
obligados, en la presente controversia –cuando se ha reducido el abanico de opciones-
a cautelar milimétricamente qué nos conviene. Debemos mantenernos expectantes.
De entrada, preguntémonos.
¿Habrá la suficiente insistencia de nuestra parte para mantener la solicitud de
restitución por la vía jurídica, por ante el Alto Tribunal de La Haya; ¿y, por
consiguiente, nos dispondremos a comparecer, en la fase subsiguiente, el 11 de
agosto de este año para consignar nuestro acervo de probanza?
Interrogante que gravita en la esfera oficial,
aunque es una absoluta determinación constitucional del jefe de Estado.
Otra
inquietud asomada, que no pocos desdeñan, a estas alturas, consiste en
adelantar alguna posibilidad de negociación de diplomacia directa, hasta
alcanzar una solución práctica y satisfactoria para ambas partes, dentro del
espíritu y sentido del Acuerdo de Ginebra de 1966. Único documento válido, con
pleno vigor jurídico en esta controversia.
Pensemos
también que la Corte Internacional de Justicia podría sentenciar para que se
instrumenten todos los mecanismos para un nuevo arbitraje. Es decir, intentar
resolver ahora –en este tiempo- con los dispositivos acordados y admitidos en
el “Tratado de Washington de 1897”, cuando debió hacerse en justo derecho. Esta
figura se conoce como ucronía.
Agreguemos, además,
que no debería causar extrañeza que la Sala rescate, como salida política-diplomática,
habilitar, una vez más, las figuras de mediadores, conciliadores o buenos
oficiantes.
Fíjense que
las alternativas mencionadas anteriormente quedan contextualizadas en criterios
pacíficos; porque tal ha sido nuestro desempeño para con los países vecinos;
pero, tampoco somos tan lerdos, ingenuos o desprevenidos para ignorar el juego
de intereses entre los gobiernos guyaneses y las empresas transnacionales que
esquilman (ilegal e ilegítimamente) nuestros recursos en la Zona en reclamación
y en su correspondiente proyección atlántica.
Lo que no nos
está permitido en la coyuntura actual es cometer deslices o impropiedades; como
en los que se incurrió en épocas preteridas, por las circunstancias que haya
sido.
Hay algunas
opiniones y criterios coincidentes en que nuestra primera y muy grave
inexactitud diplomática fue haber aceptado –precisamente- las
diligencias y acuerdos preliminares, suscritos el 2 de febrero de 1897, en el ya
mencionado Tratado de Washington, donde se contemplaba un ulterior compromiso arbitral, que jamás
se cumplió, y donde no estuvo presente nuestra delegación. Se urdió a espaldas
de los intereses de Venezuela
Me sumo entre quienes aseveramos que
allí comenzaron nuestros desaciertos.
¿Ingenuidad o impericia de quienes
manejaron nuestra diplomacia en esa época? Tal vez.
Primero,
aceptar que se discutiera un caso de tanta trascendencia para la vida de
nuestro país sin nuestra presencia.
Participaron
únicamente para tales arreglos los representantes de los gobiernos del Reino
Unido y el de los Estados Unidos; además, se birló, descaradamente, el
principio del Utis Possidetis Iuris, nuestra Carta esencial de soberanía; y se
omitió nuestro Justo Título Traslaticio: la Real Cédula de Carlos III, que crea
la Capitanía General de Venezuela, el 08 de septiembre de 1777 y el “Tratado de
Paz y Amistad” entre España y Venezuela del 30 de marzo de 1845.
A partir de
la estafa referida en el párrafo anterior devino el írrito y nulo Laudo
Arbitral de París, el 03 de octubre de 1899 (donde tampoco estuvimos
presentes); adefesio jurídico forcluído y de nulidad absoluta; que jamás
legitimaremos como causa de pedir de la contraparte, en el juicio que se dirime
por ante la Corte Internacional de Justicia.
Se le
atribuye una enorme responsabilidad al gobierno del Benemérito Gómez por haber
cedido a la presión del Imperio inglés, para proceder a la demarcación (en el
terreno), de lo que ya se había “aprobado” de modo fraudulento en el ardid
arbitral referido.
Precisamente, con los documentos que
entramparon el arreglo; luego del mencionado trabajo por ambas comisiones, en
la época gomecista (1905) —que se denomina Tratado Bilateral ejecutoriado– es
con lo que en este momento está alegando la Parte guyanesa, en la Corte;
además, solicitan en su pretensión procesal que se le confiera la autoridad de
cosa juzgada a ese “laudo”; porque ya el gobierno venezolano de esa época lo
había dado por “bueno y legítimo”.
No fue sino
hasta 1962 cuando –bajo el gobierno de Rómulo Betancourt –nuestro insigne
canciller, Marcos Falcón Briceño, solicita un derecho de palabra en la plenaria
de la Asamblea General de ONU, para denunciar el despojo que se perpetró contra
Venezuela.
Se obliga a
Gran Bretaña y accede a revisar la tropelía cometida, y se adelantan gestiones
para firmar, el 17 de febrero de 1966, el Acuerdo de Ginebra, donde por primera
vez, admiten que la sentencia arbitral de París es írrita y nula; por lo que no
surte ningún efecto jurídico ni puede ser documento oponible a nada, y menos en
un juicio de la categoría y naturaleza que nos ocupa, hoy, en tan importante Entidad
Juzgadora de la ONU.
En resumidas
cuentas, hubo demasiada tranquilidad e improvisaciones, en este asunto que
debió tener siempre el carácter de Política de Estado, y no reacciones intemperantes
de gobiernos y de funcionarios, en muchas gestiones, desconocedores de la
materia.
Ya basta.
Tenemos más de cien años pidiendo, en justo derecho, la reivindicación de lo
que siempre ha sido nuestro.
Guyana se
encuentra desguarnecida jurídicamente, ante la Corte; no tiene el más mínimo
documento, de cesión histórica de derechos de nadie, que puedan oponer.
En lo único que asientan su Acción contra
Venezuela es en el inválido e ineficaz “Laudo de París”.
Lo que
decimos, lo divulgamos con sobrada justificación; porque poseemos los Justos
Títulos que nos respaldan.
La séptima
parte de nuestra extensión territorial – la que nos despojaron- la reclamamos con suficiente fortaleza y
asidero jurídico; por cuanto, somos herederos del mencionado espacio.
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