jueves, 20 de julio de 2017



Execrar al adversario: disfraz de los débiles.
  Dr. Abraham Gómez R.
  Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
  Abrahamgom@gmail.com

Sin la menor duda, alguien que  sufre de irrefrenable desequilibrio en su autoestima definitivamente requiere con carácter de urgencia de asistencia facultativa.
Un individuo  que aparenta fuerza, sobre todo si lo hace desde las prerrogativas del poder, que viva en plan de permanente ataque a sus conciudadanos, que lastima a los demás por gusto y para insuflar su pobrísimo ego, nos devela la premisa de su estropeada psiquis.
 La persona de quien estamos describiendo tales características es un enfermo; que se siente rechazado, pero que impone a sus adláteres sumisión, genuflexión y miedo.
 No es mera coincidencia que ese sujeto en su creencia de  asumir la condición  de dirigente del mundo arrastra en su perturbada personalidad una tríada, para nada envidiada: megalomanía aliñada con paranoia (por su cuestionable nacionalidad) y ambas partes coligadas con narcisismo.
 Ese sicópata cada día amanece convencido que el universo gira en torno a él y sus designios; por lo que  necesita sin demoras constantemente dosis de superioridad,  brillo e idealización de sus “gestas e ilusas épicas”.
 Ha quedado demostrado en recientes estudios que un complejo de superioridad pesquisado en alguien no es más que la armadura que cubre lo que ese alguien desea tapar, que se  odia a sí mismo; que se rechaza y por lo tanto inventa cosas para tratar de ser “alguien diferente”. Le aterra perder el control absoluto de todo y sobre todos. Lucha por figurar como centro; y aunque en su cara y palabras refiera algún  asomo de seriedad es sólo eso una fachada, disfraz para maquillar su debilidad; porque en el fondo mantiene una reacción anticipada a sufrir de discriminaciones. Para decirlo con las teorías del psicólogo clínico Adler “si indagamos en un complejo de superioridad y estudiamos su continuidad, siempre podemos encontrar un complejo de inferioridad más o menos encubierto…por medio de este proceso de huida y evasión, mantienen un sentimiento de ser mucho más fuertes y listos de lo que en realidad son…”.
Todo este relato viene a propósito de la vergonzosa declaración, rayana en sus propios deseos, del indigente mental que gobierna nuestro país  “tendrán prioridad para recibir alimentos los censados en las UBCh, quienes porten el carnet de la patria, quienes participen en su esperpento llamado Asamblea Constituyente”.
 Estas  sentencias lapidarias se  hacen equiparables con los pronunciamientos que hacía el desquiciado Hitler, también cargados de exclusión y arrogancia, así alimentaba sus discursos, a cada instante: “Para qué imitar la basura de los demás, si de mí brota la perfección".
 Pues, sépase que  La nacionalidad de la que disfrutamos los demócratas  venezolanos, con inmenso orgullo constituye un producto cultural, originado en las cualidades concurrentes por haber nacido en esta hermosa nación. Nos hemos erigido como un único pueblo con nuestra historia plena de gestos libertarios y con nuestras sensibilidades. Adquiere entonces nuestra nacionalidad, conforme al constitucionalismo  moderno que nos damos,  la condición de inarrebatable. Sospechamos la intención de conducir hacia la “nuda vida” a quienes no compartimos las satrapías que propicia el oficialismo y  padece el país.
Suficientes antecedentes hay en cuanto a la utilización de la nuda vida (el desprecio civil y político al adversario), en tanto figura jurídico-política, a través de la cual   quedaba despojado el “enemigo” de cualquier personalidad civil. Había un sistemático conculcamiento de los derechos civiles  para quienes se resistieran dentro y fuera de los campos de concentración.
 Los propaladores del actual régimen asoman la posibilidad de  apelar, sin remordimientos, a la nuda vida (execrar a quien se oponga) para dejar a una considerable parte de  la población venezolana desprovista de alguna cualificación civil, consecuentemente sus vidas valdrán poco menos que nada.
 Sin embargo, diremos siempre con bastante insistencia que la  identidad que tenemos, en esta colectividad que hemos construido a pulso cada día, no es un simple dato natural, ni un préstamo cancelable a algún  delirante civil-militaroide. La nacionalidad con la que vivimos y por la existimos los venezolanos, sin distinción, emerge y enerva a partir de nuestra consistencia socio- histórica. 

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