Pánico en la satrapía tropical
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
Serias sospechas de
derrumbamiento político atraviesan los intersticios de lo que hasta no hace
mucho denominaban Proceso; ahora pronunciado con menos fuerza, como para que no
se sepa la inmensa torta que han puesto. Nadie lo duda.
La principal
característica de la histeria colectiva que padecen los copartidarios de este
régimen es que no encuentran dónde meter la cabeza. Hasta los más recalcitrantes ortodoxos del
inefable “socialismo” transpiran los quejidos generalizados.
Hubo un momento en
que parecían invencibles, y a la otra parte de la sociedad, la de la oposición
que ya se ubica casi que en noventa por ciento de la población venezolana, que
siempre ha sido antagónica de sus indigestiones ideológicas, la estuvieron
considerando como parias. A las más abyectas de las humillaciones fueron
sometidos quienes han tenido la legítima y natural actitud de adversar las
posiciones oficialistas, no por ultrancismo, sino porque avizoramos el fraude
en las ejecutorias de las políticas públicas con las que nos han pretendido
encallejonar.
Se presentan, con su
cara muy limpia, con una propuesta inconstitucional de Asamblea Nacional
Constituyente cuyo fin último es
terminar de instaurar una oprobiosa dictadura en Venezuela de factura
cubanoide. Ni lo vamos a permitir, ni no las vamos a calar.
Quién será el autor
de tal orgiástica idea de una Constituyente, en el peor clima político que atraviesa el país.
Por eso y sólo por
ellos es que estamos como estamos: en las peores condiciones sociales y
económicas, en la más crítica inseguridad jurídica y ciudadana, en un
descrédito internacional.
Estamos imbuidos en
la jamás conocida precariedad ética y moral.
Una Nación con su
extraordinario potencial para el sostenible desarrollo humano integral no
merece la abominación causada por parte de estos detentadores circunstanciales
del poder.
La acumulación incontenible
e insoportable de errores y desaciertos en todos los ámbitos, sectores y áreas
ubica al actual régimen como el peor de la historia contemporánea de Venezuela.
A
pesar de la fortaleza engañosa que quieren aparentar, ya se cuelan por los más
variados resquicios temores que les abren troneras. Llevan en sus rostros un
susto intenso y paralizador, una angustiante confusión porque saben que tienen
la obligación, inescurrible, de responder jurídicamente y ante la historia por
tantas tropelías y locuras cometidas. Ya saben que está trazada una fecha de
caducidad.
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