miércoles, 8 de noviembre de 2017

“Enfermedades de transmisión textual”

Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

Cada vez se hace más visible e  insoportable leer, aunque sea una sencilla frase, un breve párrafo, y tropezarse con alguna “horrorosidad”.
Genera tristeza y vergüenza escuchar a alguien, a quien suponemos formado para expresarse adecuadamente, cometer cualquier cantidad de galimatías y deslices en la pronunciación de las palabras.
Tampoco pedimos que haya un permanente ejercicio de erudición y manejo de exquisiteces gramaticales.

Ciertamente, La población no tiene por qué hablar  o escribir como determinan las Academias. Estas instituciones han sido creadas para describir hechos del habla; prescribir el uso correcto (y normatizar sin imponer); proscribir al captar las distorsiones morfosintácticas, o  cuando entra en sospecha que hay  alejamientos en los actos de habla o en la lengua, de lo que hemos  legitimado  como cuerpo social, para que dé  siempre esplendor a nuestro idioma.
Tal vez valga un sencillo ejemplo, para clarificar en este asunto: así como cuando nos disponemos a conducir un automóvil en vía pública; asumimos a consciencia que hay reglas y normas preestablecidas que debemos acatar, respetar y obedecer para que el tránsito fluya; y no seamos,  precisamente nosotros, por torpeza, impericia o atrevimiento quienes provoquemos accidentes  funestos   con   pronósticos reservados.
La lengua, es una entidad social y posee, ensimisma, sus propias normas y desenvolvimientos. La persona escoge si quiere escribir o hablar al garete. La persona decide en  su libre albedrío cómo quiere conducirse lingüísticamente. Su comportamiento debe atenerse, entonces, a las críticas consecuenciales.

Suficiente  gente, por ignorancia o quizás de mala fe, intenta calificar de cómplices  a los medios de comunicación, a la Red de redes, a los distintos  sistemas tecnológicos Multimedia por cuanto, según ellos, facilitan que los usuarios cometan errores garrafales, insoportables, al hablar o escribir.
Inadmisible, es como si calificáramos de arma mortal  al bisturí por alguna mala praxis cometida, con este instrumento, dentro o fuera del quirófano.
Luce imparable y contaminante esta ola expansiva; ya incorporada en individuos como su manera natural de decir, hacer y ser. Los textos productos de tales prácticas lingüísticas parecen signos y síntomas de una patología mucho más acendrada.
El juego de palabras con doble sentido, y  con pésima estructura redaccional, los comentarios que leemos en la Red, rayanos en vulgaridades se han vuelto una plaga.
 Quienes se hacen nombrar políticos (o con eufemismo “luchadores sociales”) recurren al vocablo soez para añadir fuerza a lo que dicen o para compensar su limitado vocabulario y su precariedad discursiva. Igualmente, en el mundo del espectáculo (en una  especialización actual llamada talk-comedy) los humoristas se valen de “palabrotas” y chistes subidos de tono para entretener al público. Cada quien escoge la vía y contenido para hacerse sentir.
Todavía resuena aquella   hermosa expresión de Heidegger “La lengua es la morada del ser”, con la cual nos ha querido señalar, desde siempre, que La categoría del Ser reside en el uso que hagamos de la lengua, hablada o escrita. Cada ser humano define su esencia, lo que es, a partir de la constelación del vocabulario que es capaz de desarrollar, de comunicar: lenguaje escrito, gestual, oral, de los cuales dependen las expresiones educativas, artísticas, científicas, económicas, filosóficas, deportivas.

La lengua aloja a nuestro Ser porque todo lo que decimos o hablamos reside en nuestros pensamientos. 

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