Cosmética y genética de palabras
cognadas.
Dr. Abraham Gómez R,
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua.
La similitud entre palabras que provengan de distintas
lenguas, o del mismo idioma, pero que evolucionan por caminos diferentes, no
basta para demostrar que dichos vocablos están relacionados entre sí.
No es desde ahora que la apreciación anterior ha resultado
una curiosa trampa, en la que caemos bastantes veces; tal vez por ingenuidad o
por ostentar ser exquisitos desafiantes de los idiomas.
Tengamos presente la siguiente reflexión, que también aplica,
sin dudas con propiedad, para la lingüística: por un parecido físico (con
cosmética o sin ella) no se puede determinar si dos personas tienen los mismos
genes.
Veámoslo así: dos palabras que se nos presenten casi que con
idéntica estructuración morfológica, en ningún caso garantiza que sus
significados responden al mismo referente.
En muchos casos, ante sospechas o confusiones, debemos evitar
las tropelías en los actos de habla o algún desafortunado desliz semiológico.
Usted se imagina el
atasco (o despelote) lingüístico si cada quien pretende darle su particular
interpretación a las palabras; a hacer uso caprichoso de los significados; o
apelar a antojadizos modos de decodificar los contenidos de los mensajes.
En lingüística histórica se llama cognados a aquellos
términos con un mismo origen etimológico, pero con distinta evolución fonética
y de significados.
Quizás el ejemplo más común (y patético) de lo que hemos
llamado falsos cognados, lo conseguimos con los verbos adolescere y adolecer.
Cuyos diferentes orígenes explicaremos.
Veamos: el vocablo
adolescente se refiere lexicalmente a la persona que, encontrándose en etapa de desarrollo o
crecimiento, aún dentro de la pubertad, requiere completar otros componentes
biosicosocial hasta hacerse adulto.
El verbo adolescere nos provee su participio activo, que le
corresponde, exactamente a adolescente (quien se encuentra en crecimiento).
Además, el verbo adolescere, así también, nos proporciona su participio pasivo
que es la palabra adulto; es decir, quien ya ha completado su formación.
Caeríamos en una trampa de falso cognado si confundimos el
verbo adolescere, con este otro verbo, adolecer (que se parecen muchísimo,
verdad?).
Por qué nos llegaríamos a tropezar; porque adolecer da
cuenta, lingüísticamente, de quien está
aquejado, carente de algo. Adolece, le falta.
La confusión quizás se origina en la Homonimia (la casi igualdad
fonética y escritural de los verbos adolescere y adolecer); así como, a la figura
lingüística denominada: Falso Cognado, suficientemente conocida; que consiste
cuando una palabra debido a similitud fortuita de apariencia, como que guardara
cierto parentesco con otra palabra.
Da la impresión que los verbos adolescere y adolecer nacieran
de la misma cepa semiótica (signos idénticos). Por lo que uno llega a sospechar ( creer y admitir) que tienen iguales resultados
semánticos; cuando, en realidad, no es así; por cuanto, no comparten un mismo origen etimológico, no
son verdaderos cognados. Provienen de diversas raíces etimológicas.
La semejanza de las palabras cognadas induce a menudo a
traducciones erróneas, a irrespetos en los actos de habla, a intemperancias o
despropósitos como los que se cometen involuntariamente o adrede, sin pudor o
recato; sin la menor consulta a los entes encargados de tales estudios, como
nuestra respetada Academia Venezolana de la Lengua, que para eso ha sido creada.
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