miércoles, 12 de septiembre de 2018




Cosmética y genética de palabras cognadas.
Dr. Abraham Gómez R,
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua.

La similitud entre palabras que provengan de distintas lenguas, o del mismo idioma, pero que evolucionan por caminos diferentes, no basta para demostrar que dichos vocablos están relacionados entre sí.

No es desde ahora que la apreciación anterior ha resultado una curiosa trampa, en la que caemos bastantes veces; tal vez por ingenuidad o por ostentar ser   exquisitos desafiantes de los idiomas.

Tengamos presente la siguiente reflexión, que también aplica, sin dudas con propiedad, para la lingüística: por un parecido físico (con cosmética o sin ella) no se puede determinar si dos personas tienen los mismos genes.

Veámoslo así: dos palabras que se nos presenten casi que con idéntica estructuración morfológica, en ningún caso garantiza que sus significados responden al mismo referente.

En muchos casos, ante sospechas o confusiones, debemos evitar las tropelías en los actos de habla o algún desafortunado desliz semiológico.

 Usted se imagina el atasco (o despelote) lingüístico si cada quien pretende darle su particular interpretación a las palabras; a hacer uso caprichoso de los significados; o apelar a antojadizos modos de decodificar los contenidos de los mensajes.

En lingüística histórica se llama cognados a aquellos términos con un mismo origen etimológico, pero con distinta evolución fonética y de significados.
Quizás el ejemplo más común (y patético) de lo que hemos llamado falsos cognados, lo conseguimos con los verbos adolescere y adolecer. Cuyos diferentes orígenes explicaremos.

 Veamos: el vocablo adolescente se refiere lexicalmente a la persona que,  encontrándose en etapa de desarrollo o crecimiento, aún dentro de la pubertad, requiere completar otros componentes biosicosocial hasta hacerse adulto.

El verbo adolescere nos provee su participio activo, que le corresponde, exactamente a adolescente (quien se encuentra en crecimiento). Además, el verbo adolescere, así también, nos proporciona su participio pasivo que es la palabra adulto; es decir, quien ya ha completado   su formación.

Caeríamos en una trampa de falso cognado si confundimos el verbo adolescere, con este otro verbo, adolecer (que se parecen muchísimo, verdad?).

Por qué nos llegaríamos a tropezar; porque adolecer da cuenta, lingüísticamente, de   quien está aquejado, carente de algo. Adolece, le falta.

La confusión quizás se origina en la Homonimia (la casi igualdad fonética y escritural de los verbos adolescere y adolecer); así como, a la figura lingüística denominada: Falso Cognado, suficientemente conocida; que consiste cuando una palabra debido a similitud fortuita de apariencia, como que guardara cierto parentesco con otra palabra.

Da la impresión que los verbos adolescere y adolecer nacieran de la misma cepa semiótica (signos idénticos). Por lo que uno   llega a sospechar (  creer y admitir) que tienen iguales resultados semánticos; cuando, en realidad, no es así; por cuanto,  no comparten un mismo origen etimológico, no son verdaderos cognados. Provienen de diversas raíces etimológicas.

La semejanza de las palabras cognadas induce a menudo a traducciones erróneas, a irrespetos en los actos de habla, a intemperancias o despropósitos como los que se cometen involuntariamente o adrede, sin pudor o recato; sin la menor consulta a los entes encargados de tales estudios, como nuestra respetada Academia Venezolana de la Lengua,  que para eso  ha sido creada.

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