Guayana Esequiba: sembrando sal entre
las piedras.
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
Para quienes hemos venido dándole seguimiento y plena defensa
al caso del Esequibo, en los escenarios académicos e institucionales, despierta
nuestra preocupación que desde el 5 de junio del presente año, no ha habido más
pronunciamientos oficiales por parte de las autoridades que manejan la política
exterior venezolana.
En tal comunicado la cancillería venezolana deja sentada la
posición que, con certeza y aparente buena intención, invita a la unidad nacional.
Esa búsqueda de solidaridad nos luce interesante, y es el
llamado que siempre hemos formulado.
También, con idéntico sentido, el gobierno de la República
Bolivariana de Venezuela expone que “reitera su firme disposición de defender
la integridad territorial de nuestra Patria con base en el Acuerdo de Ginebra
de 1966, marco legal que rige la controversia territorial sobre el Esequibo”.
Precisamente, el Acuerdo de Ginebra constituye, en sí mismo, el
documento a través del cual el Reino Unido y su excolonia guyanesa admiten la
vileza cómo actuó el Tribunal Arbitral, en París, el 03 de octubre de 1899,
cuando nos arrebataron, en una tratativa política- diplomática, una séptima
parte de nuestra soberana extensión territorial.
En su debida ocasión, en el citado comunicado de la
Cancillería de Venezuela leímos y analizamos que se ejercerán todas las acciones ante las
instancias legales, diplomáticas y políticas correspondientes, privilegiando el
alto interés nacional y la permanente reivindicación de los derechos legítimos
e irrenunciables del Pueblo venezolano sobre el territorio de la Guayana
Esequiba.
Si esas aseveraciones oficiales han sido aceptadas como
legítimas y válidas; además han recibido absoluta concordancia por parte de los
entes no-gubernamentales; cabe entonces una interrogante enorme: Por qué tanta
actitud silente frente a las reiteradas declaraciones del canciller de Guyana.
En cualquier evento internacional donde se presenta, donde se
alude la contención sobre el Esequibo, nos expone al escarnio como un país
avaro, potencialmente rico que pretende despojarlos de su Nación.
No nos causa extrañeza el modo cómo el canciller tuerce los
elementos históricos y jurídicos que favorecen a Venezuela.
Por ejemplo se atreve a decir que España dejó de tener
soberanía sobre el área en discusión, luego de concederles a los holandeses
todo ese territorio. Sin especificar, a qué se refiere con “todo ese territorio”.
La argumentación del
Sr. Greenidge es falsa y mal intencionada; por cuanto, una vez que España
otorga la independencia a las Provincias Unidas de los Países Bajos, después del
Tratado de Münster de 1648, le reconoce las posesiones coloniales, denominadas:
Berbice y Demerara, conformadas por una franja territorial, bien delimitada,
que va desde la margen derecha del río Esequibo hasta el borde izquierdo del
río Corentyne. Testimonios escritos y registrados dan cuenta de lo que aquí exponemos.
Posteriormente, en el
año 1814, Holanda le vende, traspasa o arregla con Gran Bretaña esa parte;
pero, los ingleses se apoderaron de todo, y trazaron las conocidas Líneas
Schomburgk, en 1841, con la aviesa disposición de arrebatarnos, inclusive hasta
el Delta del Orinoco y parte del estado Bolívar.
Los funcionarios del gobierno guyanés, conjuntamente con los representantes
de las empresas transnacionales han tenido el atrevimiento de divulgar que el
Acuerdo de Ginebra, no los limita a ellos para explorar, explotar y
comercializar, directa o indirectamente, con los múltiples recursos de las
áreas
terrestres y marítimas correspondientes al Esequibo, porque
ellos han permanecido en esa zona.
El presidente Granger, ahora en su condición de aspirante a
la reelección también insiste que en la controversia que sostiene esa nación
con Venezuela, no tiene la menor duda que la Corte Internacional de Justicia
sentenciará a favor de la excolonia británica; y según él, la citada instancia
dará por terminado el pleito de la Guayana Esequiba, y decidirá este litigioso
asunto como cosa juzgada.
Tres momentos y eventos
que suponíamos iban a tener repercusión estruendosa, a lo interno de la
cancillería Venezolana; pero, al parecer no suscitó nada. Las cosas continuaron
tan rampantes y campantes. Hay una especie de expresa disposición para hacerse los locos, con involuntarias permisividades; dejar que los compromisos y
responsabilidades te resbalen; como que no fuera contigo el asunto, desentenderse.
Vale tanto, como aquel viejo adagio griego:
sembrar sal entre las piedras. Voltear la mirada.
En el Derecho
Internacional Público los silencios cómplices se pagan, y bien caro.
Por eso, hay que estar
denunciando, incansablemente, toda descarada manipulación de la otra Parte.
Salir al paso a las maniobras y componendas internacionales; porque, de lo
contrario caeríamos en Aquiescencia; cuyo principio fue instituido con la finalidad
de admitir los hechos, de ofrecer consentimiento implícito.
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