jueves, 19 de septiembre de 2019




Dicho todo en apenas siete palabras
Dr. Abraham Gómez R.                           
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
abrahamgom@gmail.com

Bastantes escritores han hecho saber en sus textos que las realidades se vuelven siempre inasibles, inatrapables; que no obstante, los suficientes esfuerzos que hagamos para explicar las cosas, éstas se vuelven escurridizas, elusivas.

Nos ha sucedido no pocas veces, que el mundo real o imaginario no se deja congelar en étimos, vocablos o conceptos; porque los significantes (las palabras que escogemos) apenas dan cuenta de pedazos de las existencias, como pinceladas.

Las palabras no siempre dicen todo cuanto la idea encierra. Hay residuos para la inacabable imaginación.

Esta elogiable “terquedad” de lo tangible, de lo cotidiano marca distancia, y se hace ajena a los purismos intelectualizantes: la actitud exigente para contener en palabras lógicas y emociones.  Sin embargo, no basta la disposición intelectualizante para mencionar lo que uno quiere. Casi nunca se alcanzan   elogiables resultados con los discursos estereotipados.

El filósofo Bergson clamaba para que al escribir no se congelara la vida; que apenas, uno debe zambullirse en la mundanidad; y salir a flote a bocetear lo imprescindible con algunas figuras o nociones, sin llegar a   desnaturalizar la esencia vital.

La realidad prefiere que quienes se aproximen, con intención de aprehenderla en escritos, apelen a las insinuaciones descriptivas, a las metáforas, a las borrosidades para decir o callar.

En ese trasfondo escritural se hace admisible el uso de las metonimias: fenómeno de cambio semántico por el cual designamos una cosa o idea con el nombre de otra, sirviéndose de alguna relación semántica, o de otro tipo, existente entre ambas. 

Prestemos atención por un instante a lo siguiente: el cuento más corto en la narrativa contemporánea, contiene únicamente siete palabras, cuyo título “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.”  Ese es el cuento, allí está dicho todo. Ni más ni menos. Tales siete palabras abarca la extensión del discurso, que su autor el guatemalteco Augusto Monterroso quiso expresar. Es un manejo legítimo y valioso para concitar la lúdica en este género literario.

Sí, todo el texto en apenas siete vocablos. Increíble. ¿Usted se imagina la cantidad de ideas que ebullen, a partir de su lectura?...! Nace toda una constelación reflexiva para pensar y elucidar luego de asir   esas pocas palabras, que encierran un ilimitado sentido.

 Ese cuento siempre ha constituido una provocadora insinuación, tal vez invitación, para ahondar nuestras reflexiones, con densidad crítica y carácter diacrónico (la sucesividad a través del tiempo).

Pero, a pesar de su brevedad no por ello resulta ser un cuento simple y sencillo; por el contrario, su cortedad exige un análisis concienzudo para determinar con certeza qué fue lo que nos quiso decir este afamado cuentista.

A cuáles tareas nos conduce la lectura  de este texto:  a  afinar el análisis; como también, a  agudizar nuestra perspectiva para develar las categorías filosóficas que sirven de estribaciones a Monterroso para la construcción de este fino discurso; más aún, intentar pesquisar, en la medida de nuestras posibilidades, cuál es  su eje argumentativo central.

Monterroso es uno de los máximos escritores hispanoamericanos y uno de los grandes maestros del relato corto de la época contemporánea.

Gabriel García Márquez, refiriéndose a la obra de Monterroso escribió: "Este libro hay que leerlo manos arriba: su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y la belleza mortífera de la falta de seriedad".

Recordemos que la expresa manifestación, plena de sentimientos y sobradas emociones, para encadenar rítmicamente las palabras no es un hecho único que distingue a la poesía de la prosa.
Hasta mediados del siglo XIX constituía la mejor forma de diferenciar ambos usos del lenguaje. Una cosa era prosa y otra poesía.

En la actualidad, en verdad, nos conseguimos siempre prosas hermosas que contienen a lo interno de su constitución un inmenso mar de poesía.  Siempre vamos a hallar suficiente poesía que se puede vocear como prosa.

El cuento que aludimos de Monterroso se ha vuelto, a nuestro parecer, tan versátil que vale tanto como una hermosa poesía escrita en prosa.

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