¿Caben las letras de Balza en la
Caja de Madrid?
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
Todo cuanto somos y sabemos. El más
mínimo detalle de nuestros comportamientos individual o socialmente lo define
la matriz epistémica donde nos hallamos inmersos; que nos nutre las
posibilidades de expresarnos con palabras habladas o escritas; que fortalece nuestros
pensamientos, y diseña lo que hemos sido y vamos siendo cada día.
Diremos más aún: los saberes
únicamente adquieren sentido, proyección e intencionalidad a la luz de los sólidos
constituyentes epistémicos, que los condicionan.
Si admitimos como legítimo y propio
la aseveración anterior; es decir, el que nos trata de explicar que somos y seremos todo cuanto la
episteme nos imponga; así entonces, nos corresponde reafirmar que la pura verdad
en las interioridades de los tejidos escriturales del maestro José Balza debemos
pesquisarla más allá del discurso. Tenemos como obligatoria tarea
revisitar su alforja de imaginarios y sensibilidades; porque de seguro sus
escritos contienen una hermosa constelación de vivencias en su tierra, relatos inacabables
de su prístina Deltanidad.
Balza aporta, incluso en los
intersticios de su narrativa suficiente impulso para desenhebrar historias y
experiencias.
Sus textos en tanto entidades vivas
nos guían. Aun aquellos escritos en su
época juvenil, a los cuales tuvo el atrevimiento de lanzarlos a las aguas de su
avecindado Caño Manamo, frente a su humilde vivienda.
Quiso desprenderse de las pocas
páginas que recogían, en aquel instante, la
incipiente imaginación, a través de un acto inconsciente; no obstante, de inmedible
proyección futurista.
Podemos pensar que todo cuanto ha
alcanzado Balza hoy, ha resultado una feliz consecuencia metafórica, de esparcimiento universal de sus letras, cuando arrojó sus
escritos a las aguas del río para que los diseminara por el mundo.
Permítanme especular sobre lo
siguiente: tal parece que siempre hubo para
Balza una deidad inspiracional en este brazo del Orinoco, que surca nuestra
tierra. Porque, de qué otra manera podemos explicar que quien en su niñez quiso
ser músico y pintor haya podido fracturar su propia genética social, sin
desprenderse jamás de su cordón epistémico; y que con aquilatadas herramientas literarias,
cultivados méritos, elogiada estilística, que densifican su exquisita
narrativa, hoy sea reconocido internacionalmente.
Nos sentimos orgullosos que nuestro
escritor deltano José Balza, Individuo de Número de la Academia venezolana de
la Lengua, acaba de constituirse en el primer venezolano en ser recibido por la
directiva de la Caja de las Letras de Madrid, para consignar un trazo de sus memorias,
legado para la posteridad.
La Caja de las Letras, cuyo
patrocinio está cargo del Instituto Cervantes en la capital española, se ha
configurado como una especie de "bóveda encriptada del tiempo",
para los grandes de la historia.
Más de cincuenta intelectuales,
artistas, productores cinematográficos, personalidades de diversos ámbitos han
conferido sus legados bajo celoso resguardo en esta entidad tan renombrada.
No sólo documentos quedan allí bajo
llave, para que sean abiertos según determine el autor. Objetos inimaginables se reciben en actos
hermosos, y se procede a su custodia.
En la Caja de las Letras del
Instituto Cervantes hay manuscritos, primeras ediciones, cartas
personales, libretos y guiones cinematográficos, cuadernos con investigaciones
científicas, grabaciones, partituras, libros con anotaciones e ilustraciones.
También se resguarda allí, además, la
máquina de escribir del recientemente fallecido Nicanor Parra; una caja de
música y una flauta de Mario Muchnik; el reloj que John Elliott adquirió a los
16 años; la pulsera de latón que el
padre de Elena Poniatowska llevaba en la Segunda Guerra Mundial.
La Caja de las Letras aloja en sus arcas
legados in memoriam, de afamados ya fallecidas con anterioridad. Por ejemplo: del
Nobel colombiano Gabriel García Márquez se conserva una pintura al óleo de su
casa natal en Aracataca; mientras que de Antonio Buero Vallejo, su pipa y uno
de los bolígrafos con los que escribía las obras dramáticas.
De Miguel Hernández, se guarda una
primera edición de su poemario más temprano, "Perito en lunas"
(1933). Y del cantor argentino Atahualpa Yupanqui, tarjetas postales escritas a
mano y enviadas a su esposa.
La lista de legados seguirá
aumentando con nuevos invitados. Entre ellos, el premio Cervantes 2017, el
nicaragüense Sergio Ramírez, quien cumplió con la tradicional ceremonia, como
lo acaba de hacer Balza.
Las cajas tienen fecha concreta de
apertura, elegida por cada invitado.
No tenemos la menor idea qué ha
dejado bajo custodia nuestro insigne José Balza en la Caja de Las letras, en
Madrid. Sospechamos que ha sido, tal
vez, un poco de su tierra de San Rafael de Manamo.
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