martes, 6 de marzo de 2018




Orígenes socio-históricos tramposos en la construcción léxica-semántica del vocablo mujer.
Discurso de incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua

Dr. Abraham Gómez R.
Palacio de las Academias, lunes 26 de febrero de 2018




Ciudadano presidente, demás miembros Numerarios y Correspondientes de nuestra Academia Venezolana de la Lengua.
He venido, a agradecer la honrosa distinción que ustedes me hacen, como miembro correspondiente del Delta del Orinoco; tierra del ilustre escritor, representante legítimo de la narrativa contemporánea y  Numerario don José Balza, del escritor, sacerdote y miembro de esta Academia Julio Lavandero, del musicólogo Vince de Benedetti, de la arquitecta Gladys Meneses  del escritor Humberto Mata, del recordado indigenista Pedro Juan Krisólogo, del maestro de América Félix Adam, del renombrado artista plástico Alirio Palacios, del ebanista Pedro Barreto, , del científico Luis Cabareda, del poeta Luis Camilo Guevara, del ensayista y crítico literario Armando Navarro.
Mi salutación y agradecimiento, también, por la asistencia a familiares, amigos, colegas de las universidades y de los medios de comunicación.
Estoy aquí, con suficiente complacencia, para compartir algunas reflexiones, en este hermoso evento.
He sido, a lo largo de mi existencia un acérrimo y fundamentado defensor de los Derechos de las Mujeres, a quienes les he escrito, con pasión y devoción, bastantes ensayos, mis artículos regulares en la Red y en la prensa nacional, mis libros y conferencias en las universidades.
Si ustedes me lo permiten, en esta exquisita ocasión me propongo decir, que han estado urdidos, desde siempre, unos orígenes socio-históricos tramposos en la construcción del vocablo Mujer. 



Que el siglo XXI está siendo considerado el siglo de las mujeres, nos atrevemos a admitir, sin extravagancias, que ciertamente es una profecía razonable, y además emocionalmente deseable.
Se ha vuelto indetenible la presencia de la mujer en las más disímiles disciplinas y áreas de conocimientos. Las mujeres han venido asumiendo elogiables responsabilidades, tal vez lentamente pero con fundamentación y sostenibilidad.
La pregunta, que nos hacemos entonces, ya no es tanto cómo acceden ellas a cumplir tales tareas, sino: el desafío que constituye para la sociedad al verse obligada a discernir el significado que viene adquiriendo la determinante participación de las mujeres y sus respectivos desenvolvimientos.
¿Qué hermosas consecuencias habrá para el futuro de la sociedad, integralmente, la participación vigorosa de las mujeres?
 Ya se ha hecho lugar común una pregunta abierta: habrá en los próximos tiempos, más mujeres con afanosos desempeños en todos partes?  Y si dichas transformaciones, además de cuantitativas operarán también en sentido cualitativo…?
 Son inescapables y exquisitas incertidumbres, de ahora y para siempre.
Al profundizar en los análisis históricos del papel de la mujer en las diferentes sociedades y tramos epocales nos conllevan a plantearnos serias interrogantes acerca de ¿cómo se ha podido llegar a tan absurda y vil subordinación femenina, reforzada con insistente marginación en la práctica social cotidiana? No siempre fue así.
 A pesar de que la prehistoria no ha dejado escritura que explique los orígenes y actividades realizadas por las mujeres en las primeras comunidades humanas; hallazgos antropológicos, arqueológicos y etnológicos evidencian que los procesos de socialización, estaban a cargo de las mujeres.
Eran grupos humanos estructurados a partir de una concepción familiar matricentrada y matriarcal. La mujer influía y decidía todo: regía la estructura social y ejercía el poder político, económico y religioso. Qué acaeció, entonces?
 Cuando las sociedades se hicieron sedentarias y dependientes de sus cultivos, el varón se vio obligado a implicarse en la producción alimentaria, y comenzó así el proceso de transformación que desposeyó a la mujer de su ancestral poder y lo depositó en manos de los hombres.
Nuestras revisiones documentales nos han conducido a lo siguiente:
Aristóteles hace muy poca referencia acerca de la mujer. Para el estagirita la mayor virtud de la mujer era el silencio, aparejado con la sumisión; por cuanto según él, al no otorgársele voz a la mujer es la oportunidad para negarle también la creación de su propio discurso, y por tanto carecer de identidad y de la condición de ciudadano.
Por otra parte, armonía es la categoría epistemológica que utiliza Platón para definir la justicia; abundando en que la ciudad justa sólo podrá ser fundada por los “fecundos según el alma” que son aquellos que poseen el conocimiento mayor y más bello.
Reconocemos que con Platón se dio un pequeño avance de cierta igualdad hacia las mujeres, aunque controlada. Es por ello que en su obra La República, en la búsqueda de la construcción de una sociedad perfecta reconoce una misma naturaleza para el hombre y la mujer.
Para Platón la propuesta de que las mujeres participen en las tareas de gobierno está en consonancia con su explícita definición de justicia, que cada uno desarrolle, espléndidamente, para lo que está más capacitado; y para conducir los asuntos de Estado, no hay diferencias entre varones y mujeres.
De los autores revisitados y estudiados quien más resalta sus aportes a la igualdad entre hombres y mujeres es Hobbes. El mismo que expuso “homo homini lupus”.
Se atreve Hobbes a poner en cuestión la concebida autoridad patriarcal y la desigualdad entre hombres y mujeres como expresión de una ley de la naturaleza.
Hobbes es uno de los pocos autores que cuando habla de naturaleza humana o de los hombres, se está refiriendo a la especie humana sin excluir ningún género.
Una infeliz expresión de Fray Luis de León no se desmarcaba del sentir masculino de su época cuando daba a conocer las condiciones de inferioridad que ellas soportaban “…la naturaleza no las hizo para el estudio de las ciencias, ni para los negocios de dificultades, sino para un oficio doméstico y simple; así les limitó el entendimiento y, por consiguiente, les tasó las palabras y las razones.” 
 Jean Jacques Rousseau promovió, en su tiempo, la igualdad entre los hombres, y muchas ideas vigentes aún; pero debemos estar claros, que las libertades a las que aludía el filósofo francés no abarcaban a las mujeres. Tamaña ironía.
El admirado autor del Contrato Social, sin mayor desparpajo se manda en plena modernidad con esta expresión “… la mujer está destinada a la vida doméstica, por la fuerza de la naturaleza, por sus funciones biológicas, por su razón débil y caprichosa y por lo tanto no habría motivos para reclamar derechos para la mujer”.
Muchas valientes mujeres manifestaron su descontento por el contenido y alcance de La Declaración del Hombre y del Ciudadano de 1789, al considerar que en dicho manifiesto no había espacio para ellas, después de haber luchado contra el orden monárquico.
 También en octubre de ese mismo año, los jacobinos declararon ilegales todos los clubes y
Asociaciones de mujeres.
Se prohibió, también, asistir a todas las mujeres diputadas a las sesiones de la Comuna de París. En el discurso que convenció a toda la Comuna para que votara por unanimidad en favor de la exclusión de las mujeres, el orador revolucionario afirmó:

Es horrible, es contrario a todas las leyes de la naturaleza que una mujer quiera convertirse en
hombre... El Consejo recordará que hace algún tiempo estas viragos desnaturalizadas recorrían
los mercados con el gorro rojo mancillando ese símbolo de la libertad y pretendiendo obligar a
todas las mujeres a quitarse los modestos tocados que les corresponden... ¿Es propio de las
mujeres presentar mociones? ¿Corresponde a las mujeres ponerse al frente de nuestros ejércitos?
Si hubo una Juana de Arco es porque hubo un Carlos VII; si el destino de Francia estuvo una vez
en las manos de una mujer fue porque hubo un rey que carecía de la cabeza de un hombre”.

Tal era el pensamiento ginecofóbico y sexista, de aquella época, admirada y resaltada por muchos en el presente.
Por decisión de Robespierre, un considerable número de descontentas por la marginación a la que habían sido sometidas, fueron decapitadas, luego de haberlas acusado de olvidar las virtudes de su sexo, para mezclarse con los menesteres de la República.
Reconozcamos que la discriminación, el ocultamiento y la negación a la que ha estado sometida la mujer secularmente no han sido hechos desprevenidos o fortuitos.
En bastantes partes del mundo se ha venido adelantando una especie de “excavación en la historia”, un asunto casi de “arqueología social “, con el fin de encontrar mujeres, de extraer sus palabras y sus obras. Para que ellas digan, en la contemporaneidad, lo que intentaron decir y no pudieron. Para que sus voces sean escuchadas.
Para hacer presentables sus obras, para rescatarlas de las olvidadas fosas del tiempo. Es un trabajo apasionante, ejercido desde todos los ámbitos posibles. Es una auténtica y palpitante genealogía solidaria, impregnada de razón y emoción; para decirlo con Maffesoli.
Sabemos muy poco de esas mujeres que nos precedieron, ni siquiera nos suenan sus nombres, y sin embargo, queremos conocerlas para reconocerlas. Estamos empeñados en recuperarlas, entablar hermosas dialógicas con ellas.
Necesitamos aprender de ellas el trozo histórico que construyeron para nosotros.
Las frases misóginas esparcidas, sin misericordia, a lo largo del tiempo, atravesando épocas, culturas, civilizaciones han revelado el carácter obtuso de quienes las profirieron.
Lo más triste queda sintetizado en la densa carga de dolor, frustración y desprecio consciente o inconsciente que estos deleznables actos habían provocado.
Hay suficientes resabios todavía de una cultura antropocentrista que impone a la mujer los modos de ser, hacer y pensar; que terminan limitándola a una constreñida trama, sin mayores posibilidades; de la que no obstante se ha ido desanudando.
 Vivir en condiciones patriarcales y de recurrente subestimación ha venido construyendo en el inconsciente de la mujer un patrón de conducta de legítima aceptación, haciéndole daño severo a su autoestima.
Luce paradójico que siendo el término Historia, con una mayor inclinación fonética hacia lo femenino (sin entrar en otras disquisiciones), las historias de las mujeres habían permanecido ocultas, como avergonzadas de sus antepasados; en situación constante de sometimiento.
Si la historia transmitida, oficializada asume la impronta de la parcialización en pro de los triunfadores; más sesgada era todavía lo que se hacía contra las mujeres: la encriptación sistemática y la ignorancia supina de los gloriosos aportes de ellas para el cabal desenvolvimiento de las infinitas gestas históricas y culturales.
En los casi dos siglos de influencia musical que alcanzó Johan Sebastián Bach y su extensísima familia de 20 hijos. Parece que las mejores composiciones y ejecuciones correspondieron a su hijas: Federica, Cristiana y Regina; pero fueron silenciadas por las actitudes epocales de entonces.


Cuando a comienzos del siglo XIX, la niñita Fanny Cecilie Mendelssohn, despuntaba como concertista de piano, su madre llegó a decir que había nacido con los dedos para interpretar fugas de Bach; pero sin embargo, esa sociedad de clara tendencia paternalista, influyó grandemente en la familia de los Mendelssohn Bartholdy. Mientras que al joven Félix se le alentó, educó y apoyó en su vocación musical; con Fanny, "por ser mujer", no pasó así. Aunque había recibido una sólida educación, ella estaba obligada a labrarse un destino natural.
De sus casi quinientas composiciones musicales, un considerable número de éstas   fueron originalmente publicadas bajo el nombre de su hermano. Por ejemplo, su canción "Italia", la preferida de la reina Victoria, todos creyeron que había sido compuesta por Félix Mendelssohn.
Nannerl Mozart tuvo abundantes más cualidades que su célebre hermano. Ella también destacó como niña prodigio. A él lo educaron para que triunfara, ella enloqueció al saberse marginada.
Cecilia Bohl de Faber, celebrísma escritora española, se escondía bajo del seudónimo de “Fernán Caballero”, por timidez y miedo., lo cual no limitó su prolífica y supremamente lograda narrativa.
Detrás de “George Sand” no encontramos a ningún hombre sino a la talentosa escritora francesa Amandina Aurora Lucile Dupin quien dio cuerpo literario a obras tan hermosas.
 Lucile Dupin reivindicaba para las mujeres los derechos de la pasión. En sus primeras novelas, autobiográficas traspuestas, asimila la búsqueda de una felicidad personal en una regeneración social. Así "Indiana" (que firma por primera vez con el seudónimo de George Sand (1832) y "Leila" (1833) son obras romanescas y líricas donde el amor se enfrenta a los convencionalismos y a los mitos sociales de la época, como si George Sand se enfrentara durante sus pasiones con Musset y Chopin.
La brillante obra de Gustave Mahler se hizo posible gracias a densos conocimientos de composición musical de su esposa vienesa Alma María Mahler.
Así enterraron talentos, personalidades, y posibilidades. Algunas fueron descubiertas y alcanzaron la celebridad después de atravesar innumerables condenas y vituperios, pero la mayoría quedaron ocultas: anónimas para siempre.
Hoy en día, el arraigo y la fuerza del pensamiento de las mujeres en filosofía son tan grandes, que éste ya no se limita en actitud plañidera exclusivamente a denunciar el androcentrismo, sino que mediante debates promovidos por ellas, intercambian criterios acerca de las distintas corrientes de interpretación del mundo y de la vida.
Hoy, las mujeres formulan densas propuestas de Filosofía Política, que están siendo discutidas, en tanto referentes obligatorios, en los Parlamentos Occidentales y demás escenarios internacionales.
La filósofa Anne Phillips ha enarbolado la tesis sociopolítica denominada “Política de Presencia”, donde se examinan el pro y el contra de la sustitución de la tradicional Política de Ideas por la Política de la Presencia.
 La profesora Phillips, de Teoría política de la Escuela de Economía de Londres sostiene que  La presencia de las mujeres en cargos políticos, no es un asunto cuantitativo de cuotas más o menos generosas.
 Tampoco es la vía para hacer presentes "los problemas de las mujeres" y luchar por ellos. Es la presencia de "lo diferente": la irrupción de los valores de las mujeres en el ámbito de lo público. Cuando así sea, la política se humanizará y la democracia revelará su sentido.
En tiempos preteridos el derecho privilegiado de educación para las mujeres, no suponía el derecho para todas las mujeres.
El acceso pleno y en condiciones de igualdad a la educación es un requisito fundamental para la potenciación de la Mujer, y es un instrumento excelso para alcanzar los objetivos de equidad, desarrollo y paz.
Hoy se reconoce que la educación es un derecho humano y un vector societal indispensable para el progreso económico, social, político y cultural.
No obstante los avances significativos en la feminización de los procesos de enseñanza-aprendizaje todavía resulta relativamente elevada la tasa de analfabetismo entre las mujeres y niñas, lo cual es una tarea urgente a nivel mundial.
La admirada psicóloga social venezolana Mercedes Pulido de Briceño, en su trabajo “La Complejidad de Ser Mujer” expone:
El reconocimiento de la diferenciación social y particularmente de la diferenciación de género es una contribución al logro de la armonía entre los principios de la universalidad como son los derechos de todas las mujeres y los principios de solidaridad. La discriminación hacia la mujer  es un factor constitutivo de muchas políticas que se asumen como neutras, pero que de hecho excluyen a las mujeres, bien por la desigualdad de oportunidades o la desigualdad de trayectorias…”
Con idéntica intencionalidad nos detuvimos en la lectura del trabajo ensayístico vigente, interesante y propositivo, denominado “La juventud y la política en el siglo XXI, cuya autora es la  académica Ana Teresa Torres.  Intentamos sintetizar su honda reflexión a través del siguiente fragmento:
 “Necesitamos construir un relato alternativo que haga honor a las virtudes democráticas y pacíficas de la venezolanidad, para lo cual el primer ejercicio es recurrir a nuestra historia cambiando el acento de los guerreros hacia los ciudadanos. Venezuela no es solamente una patria de guerreros, ni su mayor gloria haber ganado una guerra que sucedió hace doscientos años, y que por lo tanto está muy lejana de nuestros problemas actuales. Venezuela es también la patria de los que, después de la guerra, tuvieron que dedicarse a la ardua tarea de reconstruir la economía que había quedado destruida, y dejado al país en la mayor pobreza. La patria en la que se crearon grandes universidades, de las que salieron todo tipo de profesionales, y ha dado grandes figuras de nuestra medicina, educación, ingeniería, ciencias. La patria de millones de ciudadanos que salen de sus casas muy temprano a trabajar, y desde el oficio más modesto contribuyen a la construcción de la vida social. La cultura venezolana tiene una amplia variedad de nombres que ofrecer como ejemplos, como modelos de ese venezolano de trabajo, de solidaridad, de empeño, que queda opacado si se le compara con las figuras de los libertadores. Esa sería la vía para construir una memoria civil; ante cada nombre de guerrero, el nombre de un científico, un artista, un profesional, un artesano, una mujer, un civil”
Cuán regocijados estamos los venezolanos de quienes hacen denso y noble su pensamiento; orgullosos nos sentimos de nuestras mujeres que dedican horas y pasiones de sus existencias a meditar con grandeza al país, en todas áreas y sectores: Las artes plásticas, la literatura, el derecho, la ingeniería, la medicina, la sociología,  la pedagogía.
 Superlativa calificación concede Venezuela a la labor tesonera de nuestra insigne Lucía Esther Fraca de Barrera, quien ha dedicado años apasionados a construir una filosofía  para la enseñanza y el aprendizaje, en tanto  camino didáctico para desarrollar las competencias discursivas favorables a los estudiantes, a los estudiosos y para la sociedad.
 De seguidas lo digo con ella:
 Toda acción pedagógica debe comenzar por determinar el tipo de educación del ser humano que se va a configurar, realizada en entornos de socialización: el hogar, la escuela, la universidad.  La educación es la formación del ser humano para la vida en una sociedad y en una cultura determinada. Centrada en el bien común, en el desarrollo de nuestras libertades sociales, comunitarias y democráticas como habitantes de América Latina, es lo que hemos llamado una Pedagogía Integradora Estratégica.”

 Honramos, así también, a la investigadora en ciencias naturales Gioconda Cunto de San-Blas, primera mujer Individuo de Número en la Academia de Ciencias de Venezuela.
Contra todo pronóstico, Ella superó las barreras de exclusión para alcanzar el éxito profesional.
Como consecuencia del inicio de la Democracia en Venezuela, en el año 1958, la transformación del régimen político, las recurrentes movilizaciones de las jerarquías sociales y las migraciones constantes dentro del mapa nacional demandaron de las instituciones universitarias, de los medios de comunicación, de la academia, y de la literatura una permanente reorganización cultural. Por ello, la década de los sesenta supuso, entre otros sucesos: el origen de ciertas modificaciones societales, la resignificaciòn de cosas, resemantización de casi todo y modificación de imaginarios dentro de los cuales, obviamente, la representación de la mujer, de su condición de sujeto femenino fue también examinado y reconstituido.
 Me he permitido emplear el término Representación del sujeto femenino en el sentido que le imprime Gilles Deleuze, cuando propone que la Representación siempre es una represión de la producción deseante.
Las directas consecuencias es que dentro de la literatura venezolana canónica hasta la década de los sesenta  configuraba un discurso derivado de las nociones de verdad y referencialidad; pero tales categorías cambian de tonos cuando daban cuentas de escrituras hechas por mujeres.
Se llegaba incluso a afirmar que las autoras venezolanas eran incapaces de imaginar más allá de sus espacios privados u ornamentales.
Abundaron suficientemente las estrategias de atenuación discursiva en los distintos corpus sociales y literarios que perseguían minimizar el contenido de los enunciados cuando los ejes temáticos se referían a las mujeres.  
 La sociedad masculinizada, entonces, hacía usos excesivos de atenuantes morfológicos o léxicos: diminutivos o modificadores, como instrumentos lingüísticos para mitigar las realidades de las mujeres.
El lenguaje como estructura social constituye otro dato también interesante para lo que nos proponemos decir.
A propósito de las marcadas confusiones en cuanto al género gramatical, y la inculpación que se le hace a  éste de  la presunta discriminación de las mujeres; ha sido pedagógicamente explicativa la Real Academia Española, mediante un enjundioso escrito titulado  “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, cuya ponencia correspondió al catedrático Ignacio Bosque.
 De tal texto extraemos:
 Nadie niega que la lengua refleje, especialmente en su léxico, distinciones de naturaleza social, pero es muy discutible que la evolución de su estructura morfológica y sintáctica dependa de la decisión consciente de los hablantes o que se pueda controlar con normas de política lingüística. En ciertos fenómenos gramaticales puede encontrarse, desde luego, un sustrato social, pero lo más probable es que su reflejo sea ya opaco y que sus consecuencias en la conciencia lingüística de los hablantes sean nulas”
Aún más, decimos nosotros, si nuestro interés fuera calificar como obviedad el precitado asunto: visibilidad de la mujer en el lenguaje, o eludirlo ante temas de mayor monta, pienso que seguirá teniendo fuerza social y discursiva la inescurrible interrogante que gravita en muchos países: ¿Se siente la mujer excluida, discriminada al no verse visualizada en cada expresión lingüística relativa a ella?
Los abusos en los desdoblamientos referidos al género gramatical son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico.
Cuando las sociedades, cualquiera que sea su idioma, no encuentran la palabra que necesitan la
Buscan, la crean o la reconstruyen. Las palabras y las expresiones se han modificado para reflejar los descubrimientos científicos, los cambios de costumbres y la representación de la identidad. Las palabras también han sido objeto de luchas y transformaciones cuyo fin era el reconocimiento de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales de todas las personas.
 Pero, por muy desprevenidos que nos encontremos al pronunciar una palabra, nos mostramos siempre interesados en hurgar los intersticios de ese vocablo para llegar a conocer cuánta teleología encierra, aunque sean pocas palabras en búsqueda de sentido.-
¿Por qué la despertada sospecha?, sencillamente, Porque las palabras no son neutras. En cada vocablo hay implícito una carga valorativa. Cada étimo entraña un pedazo de historia, un mundo-de-vida.
 Las claves para develar hechos de exclusión o inclusión   vienen incorporadas desde la propia forma y a partir del  mismo instante de  construirse el significante que hará mención e invocación de las cosas, y la lexicografía hace registro de lo que producen gramaticalmente las realidades sociales. De tal manera que aflora con la voz latina mulier, castellanizado como mujer una intención oculta de descalificación muy marcada, que ellas han venido arrastrando injustamente. Si hacemos una “tomografía” de bastantes cortes a la palabra mujer, tendremos como resultados que es una palabra muy antigua y con tantísima densidad socio-cultural y emocional, que desde que se formó ha ido evolucionando en su estructura y en significado hasta llegar a su valor actual.
No queda lugar a dudas la existencia de la trampa léxico-semántica urdida a partir de la palabra mulier de donde proviene el étimo mujer. ¿Saben por qué?  Porque ésta incorpora las acepciones de: blanda, floja, aguada, falta de juicio, envuelta en el ámbito doméstico, laxa, de  pura emoción.
También nos sorprende y plantea algunas interrogantes en esa dirección, la proximidad con mulcere, que significa palpar, tocar suavemente, acariciar y mulgere, que quiere decir ordeñar: la evidencia del parentesco entre estas dos expresiones lexicales no amerita mayores comentarios. Sumemos a esta tristísima descripción   la ominosa utilización de las estructuras simbólicas que han contribuido a crear una concepción de lo femenino conducente a la pretensión de perpetuación de la inferioridad de la mujer.
En la obra de Simone de Beauvoir “El segundo sexo”, se establece que la realidad vivida por las mujeres y la identidad femenina como una condición subordinada ante el hombre, no es una condición natural, sino una diferencia social construida tramposamente, desde la propia armazón etimológica de la palabra; recurrente en los procesos educativos y formativos de la mujer, desde temprana edad, y la imposición en toda su vida de una cultura con múltiples manifestaciones y reforzamientos simbólicos.
 El Género Gramatical atiende a estructuras complejas morfo-sintácticas concordantes, cuya intención persigue darle exquisitez, economía y transparencia al texto-discurso, al orden sintagmático que deben seguir las palabras; por lo que debemos evitar caer en el ardid semiótico de apelar a las dobles, innecesarias y redundantes consideraciones al momento de mencionar lo masculino y lo femenino.
No hacemos inclusión de lo femenino en la sociedad, ni reivindicamos a la mujer con sólo decir: muchachas y muchachos, ellas y ellos, todas y todos, entre otras muchas babosadas.
Al pretender enarbolar falsas querencias hacia las mujeres se termina por ofenderlas, ridiculizarlas o exponerlas al escarnio público.
No le pidamos a las construcciones gramaticales que reivindiquen lo que algunas sociedades, enteramente masculinizadas, excluyen en los actos de habla y en los desenvolvimientos práxicos.-
 En bastantes e inacabables ocasiones es la propia sociedad en otros comportamientos (no precisamente del lenguaje) que las aparta de las grandes decisiones.
Las mujeres requieren de nosotros una muy merecida nueva mirada sociohistórica.
La mujer lejos de adentrarse socialmente con imitaciones vacías de los comportamientos masculinos ha constituido su propio estilo y fijado su perspectiva. Ha sabido resignificar su identidad femenina, se ha hecho sujeto del discurso cotidiano para que se aligeren las transformaciones en el imaginario simbólico colectivo.
Contribuyamos, junto a ellas, a la absoluta erradicación de la tal falacia histórica e ideológica que pretende dar cuenta de la supuesta inferioridad de la mujer. Desmitifiquemos los tejidos discursivos que persiguen instalar en la mujer una especie de natural sometimiento.
 La mujer hizo suyo los principales factores conducentes a movilidad social, de superación meritoria, de desenvolvimientos y actuaciones basados en talentos y probidad.



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