Asedio lingüístico y emocional en
Hailsham
Dr. Abraham
Gómez R.
Miembro de
la Academia Venezolana de la Lengua.
Lo escritores poseen de suyo la
propiedad (la magia, tal vez) de diseñar y crear, por intermedio de las
palabras, lo que denominamos lugares distópicos. Espacios inexistentes.
Producto de la fértil imaginación literaria; y aunque tales sitios no los
consigamos más que en la narrativa de su creador, allí suceden bastantes cosas.
Particularmente, deseo destacar,
con brevedad, algunos de los acaecimientos en su novela “Nunca me abandones”
(Anagrama. Panorama de narrativas.2006).
Ishiguro, a través de su
interesante narrativa, llega crear a Hailsham: lugar extraño, construido a
imagen y semejanza de un vetusto (y siempre enigmático a lo largo de su relato
literario) centro de reclusión para jóvenes, apasionados por cumplir una misión
“redentora” en sus vidas.
En Hailsham los estudiantes se (y
los) preparan no con carácter futurista; en tanto profesionales en cualquier
disciplina para servirle a la sociedad inglesa.
Los estudiantes, en esta especie
de colonia de sometimiento disimulado y de marcada intencionalidad son
indoctrinados para que desde un principio acepten, sin resistencia, su
inexorable destino: convertirse en seguros “donantes de órganos” conforme lo
vaya requiriendo un entramado mafioso, que financia y sostiene a Hailsham.
Ninguno de los internos del centro mantiene
preocupación, en lo más mínimo, en cuanto a la trayectoria existencial que les
depararán. Por lo pronto ellos disfrutan de la etapa primaveral.
En honor a la verdad les importa
un bledo. Por lo menos, es la conclusión generalizada que uno saca luego de
leer la forma de pronunciarse de Kathy H., personaje central y guía,
compromisoria y corresponsable del funcionamiento de Hailsham. Esta chica lo
admite así: “Ciertamente, sabíamos –aunque no en un sentido profundo- que
éramos diferentes de nuestros custodios, y también de la gente normal del
exterior; tal vez sabíamos incluso que en un futuro lejano nos esperaban las
donaciones”.
Incomprensible de otra manera,
piensa uno; puesto que los chicos de Hailsham viven sus vidas con aparente
despreocupación o, mejor dicho, imbuidos en los asuntos propios de sus edades y
ajenos, casi por completo, al futuro que les espera.
Hay en Hailsham un sofisticado
sistema de control construido a su alrededor. Sin embargo, estos jóvenes,
futuros donantes para costosísimos encargos, en los que menos han pensado es en
escaparse.
Curiosamente o en rigor al
sistema de encerramiento, los jóvenes se apellidan con una simple letra Will T.,
Harry M., pero tienen nombres comunes; además siguen con
sus vidas sin que les perturbe, aparentemente, su brutal destino.
Un personal especializado, a
quienes denominan “custodios” tiene la tarea de inculcarle a sus pupilos lo que
les espera en el futuro: admitir, como un hecho natural, el sentido de la
temporalidad productiva de sus vidas; que para eso, en exactitud han sido
creados, a partir de clones, y han
crecido y permanecido allí.
El escritor Kazuo Ishiguro
refuerza el término creación.
Esos jóvenes clonados de personas
normales fueron “creados” para donar sus órganos vitales
El vocablo, dicho con insistente
prudencia, resulta importante, ya que en Hailsham la autoridad no es sinónimo
de violencia, ni se ejerce de una manera física y directa. El control de
Hailsham empieza por el lenguaje. Los chicos que han sido “creados” se
convertirán en “donantes”, los profesores se denominan “custodios”, la palabra
muerte está desterrada del lenguaje; los donantes “finalizan” o “completan”,
pero no mueren (aunque físicamente desaparezcan).
Eufemismos y medias verdades cuyo
control férreo empieza por el lenguaje, y que programa las mentes de los
habitantes de Hailsham para evitar cualquier tipo de reacción.
Los donantes son “estereotipados”
lingüísticamente para que ejerzan un autocontrol definitivo sobre sus vidas, con
lo cual se evitan resultados inesperados. Su aislamiento es emocional y físico.
Nada les impide relacionarse
entre ellos, practicar sexo, enamorarse, aprender cosas.
A diferencia de lo que sucede en
otros universos distópicos, Kazuro Ishiguro hace explícita manifestación en
esta novela que el amor no está prohibido. Se puede leer y escuchar música,
pueden hacerse preguntas; pero, el sistema es tan perverso y perfecto que ha
logrado que nuestros protagonistas hayan perdido la capacidad de rebelarse,
porque las autoridades de Hailsham han urdido la más efectiva estrategia de
control y represión: el sometimiento por auto imposición.
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