martes, 27 de marzo de 2018




Asedio lingüístico y emocional en Hailsham
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua.

Lo escritores poseen de suyo la propiedad (la magia, tal vez) de diseñar y crear, por intermedio de las palabras, lo que denominamos lugares distópicos. Espacios inexistentes. Producto de la fértil imaginación literaria; y aunque tales sitios no los consigamos más que en la narrativa de su creador, allí suceden bastantes cosas.

El año pasado le fue concedido el Premio Nobel de Literatura al escritor británico de origen japonés Kazuo Ishiguro, quien ha producido obras espléndidas, casi todas de la plena aceptación por los asiduos lectores, y ha recibido los elogios de los críticos especializados.

Particularmente, deseo destacar, con brevedad, algunos de los acaecimientos en su novela “Nunca me abandones” (Anagrama. Panorama de narrativas.2006).

Ishiguro, a través de su interesante narrativa, llega crear a Hailsham: lugar extraño, construido a imagen y semejanza de un vetusto (y siempre enigmático a lo largo de su relato literario) centro de reclusión para jóvenes, apasionados por cumplir una misión “redentora” en sus vidas.

En Hailsham los estudiantes se (y los) preparan no con carácter futurista; en tanto profesionales en cualquier disciplina para servirle a la sociedad inglesa.

Los estudiantes, en esta especie de colonia de sometimiento disimulado y de marcada intencionalidad son indoctrinados para que desde un principio acepten, sin resistencia, su inexorable destino: convertirse en seguros “donantes de órganos” conforme lo vaya requiriendo un entramado mafioso, que financia y sostiene a Hailsham.

 Ninguno de los internos del centro mantiene preocupación, en lo más mínimo, en cuanto a la trayectoria existencial que les depararán. Por lo pronto ellos disfrutan de la etapa primaveral.
En honor a la verdad les importa un bledo. Por lo menos, es la conclusión generalizada que uno saca luego de leer la forma de pronunciarse de Kathy H., personaje central y guía, compromisoria y corresponsable del funcionamiento de Hailsham. Esta chica lo admite así: “Ciertamente, sabíamos –aunque no en un sentido profundo- que éramos diferentes de nuestros custodios, y también de la gente normal del exterior; tal vez sabíamos incluso que en un futuro lejano nos esperaban las donaciones”.

Incomprensible de otra manera, piensa uno; puesto que los chicos de Hailsham viven sus vidas con aparente despreocupación o, mejor dicho, imbuidos en los asuntos propios de sus edades y ajenos, casi por completo, al futuro que les espera.

Hay en Hailsham un sofisticado sistema de control construido a su alrededor. Sin embargo, estos jóvenes, futuros donantes para costosísimos encargos, en los que menos han pensado es en escaparse.
Curiosamente o en rigor al sistema de encerramiento, los jóvenes se apellidan con una simple letra Will T.,  Harry M.,  pero tienen nombres comunes; además siguen con sus vidas sin que les perturbe, aparentemente, su brutal destino.

Un personal especializado, a quienes denominan “custodios” tiene la tarea de inculcarle a sus pupilos lo que les espera en el futuro: admitir, como un hecho natural, el sentido de la temporalidad productiva de sus vidas; que para eso, en exactitud han sido creados,  a partir de clones, y han crecido y permanecido allí.

El escritor Kazuo Ishiguro refuerza el término creación.
Esos jóvenes clonados de personas normales fueron “creados” para donar sus órganos vitales
El vocablo, dicho con insistente prudencia, resulta importante, ya que en Hailsham la autoridad no es sinónimo de violencia, ni se ejerce de una manera física y directa. El control de Hailsham empieza por el lenguaje. Los chicos que han sido “creados” se convertirán en “donantes”, los profesores se denominan “custodios”, la palabra muerte está desterrada del lenguaje; los donantes “finalizan” o “completan”, pero no mueren (aunque físicamente desaparezcan).

Eufemismos y medias verdades cuyo control férreo empieza por el lenguaje, y que programa las mentes de los habitantes de Hailsham para evitar cualquier tipo de reacción.

Los donantes son “estereotipados” lingüísticamente para que ejerzan un autocontrol definitivo sobre sus vidas, con lo cual se evitan resultados inesperados. Su aislamiento es emocional y físico.
Nada les impide relacionarse entre ellos, practicar sexo, enamorarse, aprender cosas.

A diferencia de lo que sucede en otros universos distópicos, Kazuro Ishiguro hace explícita manifestación en esta novela que el amor no está prohibido. Se puede leer y escuchar música, pueden hacerse preguntas; pero, el sistema es tan perverso y perfecto que ha logrado que nuestros protagonistas hayan perdido la capacidad de rebelarse, porque las autoridades de Hailsham han urdido la más efectiva estrategia de control y represión: el sometimiento por auto imposición.

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