jueves, 12 de agosto de 2021

 

 

La ciudadanía no se compra en paquete cerrado

Dr. Abraham Gómez R.

Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

Miembro de la Fundación Venezuela Esequiba

Miembro del Instituto de Estudios Fronterizos de Venezuela

 

Una   cordial advertencia, en el inicio de esta reflexión, que quizás abone un poco para dirimir y ampliar un interesante tópico que, por encontrarnos dentro de éste, no nos percatamos de su existencia.

Entendamos de una vez por todas que la ciudadanía no está hecha.

La ciudadanía no viene prefabricada de ninguna parte.

La ciudadanía no es un artefacto de moda para uso eventual y luego desechar a capricho.

A la ciudadanía hay que estarla haciendo a cada instante, y por más que la ejercitemos   no se agota; al contrario, se ensancha. La práctica de la ciudadanía “vive” en un constante devenir: siendo y haciéndose.

Dónde encontrar, aunque sea un pedazo aprovechable de ciudadanía, puede llegar a preguntarse alguien. Responderíamos: la ciudadanía   aflora en múltiples ámbitos. Allí, exactamente donde los seres humanos hacemos factibles nuestras existencias: la familia, la escuela, la vecindad, la calle, los centros comerciales, las iglesias en sus distintas confesiones, las buenas conversaciones, en los espacios laborales. Además, desde los medios de comunicación, las Redes sociales, en la espontánea socialidad que nace en el transporte público; en fin, en el constante relacionamiento vivencial.

En ese mismo orden, La cultura constituye el factor más importante (que asume la condición necesaria y suficiente) que nos vincula como sociedad.

Luce válido admitir que comunidad, sociedad y cultura crean un tejido indisoluble. Un sistema donde esos tres elementos están perfectamente imbricados. Ese sistema hace posible la ciudadanía.

Un sistema, completo. Si alguno de sus componentes se deteriora, obviamente repercute y afecta de modo severo a los otros dos, que también construyen esa interesante tríada. Dicho más claro y directo: cultura-sociedad-comunidad están en una amalgama interesante, de tal manera que se hace imposible su desanudamiento.

La ciudadanía debe hacerse con autorregulación, con carácter pacífico y muy responsablemente. A la dimensión legal (sus leyes y todas las normas) de la ciudadanía debemos sumar la visión filosófica que nos indica qué tipo de sociedad aspiramos construir y modelar; es decir, el fin último que deseamos alcanzar en la integración social que perseguimos, como seres humanos.

Añádase allí también la dimensión socio-política la cual es el basamento de las prácticas consideradas cotidianas: cooperación en el diseño de las políticas públicas; solicitar que se agranden los Derechos Humanos; exigir que se cumpla el “Contrato Social” que nos damos. Estamos obligados, para sostener la ciudadanía, a participar-dialogar en los eventos de la esfera pública y en sus diferentes instancias; asumir que disfrutar de las libertades y de los beneficios estatales no deriva de una concesión graciosa de nadie en particular; sino que la ciudadanía la debemos construir nosotros cada día.

(Fotos: cortesía de Oscar Cedeño)

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