La ciudadanía no se
compra en paquete cerrado
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia
Venezolana de la Lengua
Miembro de la Fundación
Venezuela Esequiba
Miembro del Instituto de Estudios
Fronterizos de Venezuela
Una cordial advertencia, en el
inicio de esta reflexión, que quizás abone un poco para dirimir y ampliar un
interesante tópico que, por encontrarnos dentro de éste, no nos percatamos de
su existencia.
Entendamos de una vez por todas que la ciudadanía no está hecha.
La ciudadanía no viene prefabricada de ninguna parte.
La ciudadanía no es un artefacto de moda para uso eventual y luego
desechar a capricho.
A la ciudadanía hay que estarla haciendo a cada instante, y por más que
la ejercitemos no se agota; al
contrario, se ensancha. La práctica de la ciudadanía “vive” en un constante
devenir: siendo y haciéndose.
Dónde encontrar, aunque sea un pedazo aprovechable de ciudadanía, puede
llegar a preguntarse alguien. Responderíamos: la ciudadanía aflora en múltiples ámbitos. Allí,
exactamente donde los seres humanos hacemos factibles nuestras existencias: la
familia, la escuela, la vecindad, la calle, los centros comerciales, las
iglesias en sus distintas confesiones, las buenas conversaciones, en los espacios
laborales. Además, desde los medios de comunicación, las Redes sociales, en la
espontánea socialidad que nace en el transporte público; en fin, en el
constante relacionamiento vivencial.
En ese mismo orden, La cultura constituye el factor más importante (que
asume la condición necesaria y suficiente) que nos vincula como sociedad.
Luce válido admitir que comunidad, sociedad y cultura crean un tejido
indisoluble. Un sistema donde esos tres elementos están perfectamente
imbricados. Ese sistema hace posible la ciudadanía.
Un sistema, completo. Si alguno de sus componentes se deteriora,
obviamente repercute y afecta de modo severo a los otros dos, que también
construyen esa interesante tríada. Dicho más claro y directo:
cultura-sociedad-comunidad están en una amalgama interesante, de tal manera que
se hace imposible su desanudamiento.
La ciudadanía debe hacerse con autorregulación, con carácter pacífico y
muy responsablemente. A la dimensión legal (sus leyes y todas las normas) de la
ciudadanía debemos sumar la visión filosófica que nos indica qué tipo de
sociedad aspiramos construir y modelar; es decir, el fin último que deseamos
alcanzar en la integración social que perseguimos, como seres humanos.
Añádase allí también la dimensión socio-política la cual es el
basamento de las prácticas consideradas cotidianas: cooperación en el diseño de
las políticas públicas; solicitar que se agranden los Derechos Humanos; exigir
que se cumpla el “Contrato Social” que nos damos. Estamos obligados, para
sostener la ciudadanía, a participar-dialogar en los eventos de la esfera
pública y en sus diferentes instancias; asumir que disfrutar de las libertades
y de los beneficios estatales no deriva de una concesión graciosa de nadie en
particular; sino que la ciudadanía la debemos construir nosotros cada día.
(Fotos: cortesía de Oscar Cedeño)
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