viernes, 24 de agosto de 2018




Diáspora de involuntaria tristeza
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la lengua

Tal vez la privilegiada ubicación geoestratégica de Venezuela ha constituido siempre un lugar de sosiego y relativa paz para los desplazados, que ha habido en distintas épocas en Latinoamérica y de otros países del mundo.

Ante las amenazas previas y durante las guerras civiles, las migraciones desde muchas latitudes, desde los rincones más inimaginables de la tierra, habían tenido a nuestra nación como espacio seguro de cohabitación.

Nuestro país siempre había sido lar abierto para el recibimiento afable de los inmigrantes desde múltiples procedencias; para quienes buscaban amparo y refugio ante las calamitosas condiciones políticas, etno-sociales, por catástrofe natural, por persecución narcoterrorista, atravesadas en sus lugares de orígenes.

Hagamos memoria histórica en torno a este problema que hoy confrontamos; que pensábamos que jamás esta “ola de perversión” nos alcanzaría. La dispersión o diseminación de las poblaciones por el mundo es asunto de vieja data.

Existen serias narrativas, bastante documentadas que dan cuenta que, con propiedad el vocablo diáspora se le aplicaba a los judíos; denominados también el “pueblo errante”.

Diáspora por motivaciones de todo tipo; pero, fundamentalmente por asuntos étnicos, políticos, religiosos etc. Sin embargo, hoy ya se ha hecho de uso común el término diáspora para cualquier grupo humano; sin  que entremos a considerar las obligantes circunstancias que conllevan a ese grupo a humano a huir de su lugar de origen natural.

En los últimos quince años, en Venezuela estamos viviendo en una especie de Estado de Excepción permanente. Hay una encubierta política de Estado para provocar una indetenible diáspora. No caben dudas. Por los análisis que uno viene haciendo, al régimen le favorece que los connacionales abandonen el país.

La situación económica para todos los estratos sociales se ha vuelto insufrible.

Tamaña desesperación ha conllevado a muchos compatriotas (el más reciente estudio habla de casi cinco millones) a dejar su suelo nativo, y probar suerte fronteras afuera.

Conseguimos venezolanos en casi todas las naciones del mundo en procura de mejores posibilidades laborales. Pero, no todo es color de rosa. Ya países amigos que hasta ayer nos ofrecían algunas posibilidades de ingreso, se han vuelto herméticos, restrictivos; sumamente exigentes para facilitar la permisología respectiva.

Las familias venezolanas, que formaron profesionalmente a sus hijos, hoy los ven partir con angustia, dolor y tristeza: emociones encontradas que refuerzan sus alas para los emprendimientos; así además, ensanchan sus raíces para sostenerse, dondequiera que lleguen, con talento y probidad.

Hoy, los venezolanos que han emigrado, en su gran mayoría ocupan destacados lugares en la administración pública o privada donde se encuentran. Orgullosos estamos de quienes nos representan con honestidad en otras naciones.

Cada despedida, para quienes viajan al exterior a abrirse caminos, lleva muy adentro la impronta esperanzadora para regresar, pronto, cuando hayamos derrocado la opresión.

A lo interno de Venezuela, el régimen ha venido resucitando esa enigmática figura del Derecho Romano arcaico conocida como el Homo Sacer, que designa al hombre cuya vida vale muy poco, o casi nada. Y que su liquidación civil o política no constituye delito alguno. Lo que el pensador italiano Giorgio Agamben denomina “la nuda vida” o vida desnuda; porque es la existencia humana despojada de todo valor político, de civilidad alguna.  Arrancarle a la gente todo sentido ciudadano para encuadrarla en un redil militaroide.

Con cualquier añagaza jurídica aspiran taparlo todo. Con descaro los contenidos constitucionales   los tuercen a sus antojos.

Imaginan que de ese modo las atrocidades de todo tipo quedan legitimadas y legalizadas.

Sepan y entiendan que los delitos de lesa humanidad no prescriben y se pagarán muy caro, una vez que derroquemos la tiranía.

Tarde o temprano, las abominaciones con las cuales el régimen margina, execra, persigue, somete, aniquila; cuya más patética simbología está representada mediante: el carnet de la patria. Ese sólo instrumento será prueba fehaciente en juicios futuros de delitos de Lesa Humanidad cometidos por los sátrapas del régimen.

En su debida oportunidad, cuando Venezuela reconquiste el Estado de Derecho habrá justicia tanto para las complicidades activas, civiles y militares, como para los silencios cobardes.


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