Diáspora de involuntaria tristeza
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la lengua
Tal vez la privilegiada ubicación geoestratégica de Venezuela
ha constituido siempre un lugar de sosiego y relativa paz para los desplazados,
que ha habido en distintas épocas en Latinoamérica y de otros países del mundo.
Ante las amenazas previas y durante las guerras civiles, las
migraciones desde muchas latitudes, desde los rincones más inimaginables de la
tierra, habían tenido a nuestra nación como espacio seguro de cohabitación.
Nuestro país siempre había sido lar abierto para el
recibimiento afable de los inmigrantes desde múltiples procedencias; para
quienes buscaban amparo y refugio ante las calamitosas condiciones políticas, etno-sociales,
por catástrofe natural, por persecución narcoterrorista, atravesadas en sus
lugares de orígenes.
Hagamos memoria histórica en torno a este problema que hoy confrontamos;
que pensábamos que jamás esta “ola de perversión” nos alcanzaría. La dispersión
o diseminación de las poblaciones por el mundo es asunto de vieja data.
Existen serias narrativas, bastante documentadas que dan
cuenta que, con propiedad el vocablo diáspora se le aplicaba a los judíos;
denominados también el “pueblo errante”.
Diáspora por motivaciones de todo tipo; pero, fundamentalmente
por asuntos étnicos, políticos, religiosos etc. Sin embargo, hoy ya se ha hecho
de uso común el término diáspora para cualquier grupo humano; sin que entremos a considerar las obligantes
circunstancias que conllevan a ese grupo a humano a huir de su lugar de origen
natural.
En los últimos quince años, en Venezuela estamos viviendo en
una especie de Estado de Excepción permanente. Hay una encubierta política de
Estado para provocar una indetenible diáspora. No caben dudas. Por los análisis
que uno viene haciendo, al régimen le favorece que los connacionales abandonen
el país.
La situación económica para todos los estratos sociales se ha
vuelto insufrible.
Tamaña desesperación ha conllevado a muchos compatriotas (el
más reciente estudio habla de casi cinco millones) a dejar su suelo nativo, y probar
suerte fronteras afuera.
Conseguimos venezolanos en casi todas las naciones del mundo
en procura de mejores posibilidades laborales. Pero, no todo es color de rosa.
Ya países amigos que hasta ayer nos ofrecían algunas posibilidades de ingreso,
se han vuelto herméticos, restrictivos; sumamente exigentes para facilitar la permisología
respectiva.
Las familias venezolanas, que formaron profesionalmente a sus
hijos, hoy los ven partir con angustia, dolor y tristeza: emociones encontradas
que refuerzan sus alas para los emprendimientos; así además, ensanchan sus
raíces para sostenerse, dondequiera que lleguen, con talento y probidad.
Hoy, los venezolanos que han emigrado, en su gran mayoría
ocupan destacados lugares en la administración pública o privada donde se
encuentran. Orgullosos estamos de quienes nos representan con honestidad en
otras naciones.
Cada despedida, para quienes viajan al exterior a abrirse
caminos, lleva muy adentro la impronta esperanzadora para regresar, pronto,
cuando hayamos derrocado la opresión.
A lo interno de Venezuela, el régimen ha venido resucitando
esa enigmática figura del Derecho Romano arcaico conocida como el Homo Sacer,
que designa al hombre cuya vida vale muy poco, o casi nada. Y que su
liquidación civil o política no constituye delito alguno. Lo que el pensador
italiano Giorgio Agamben denomina “la nuda vida” o vida desnuda; porque es la
existencia humana despojada de todo valor político, de civilidad alguna. Arrancarle a la gente todo sentido ciudadano para
encuadrarla en un redil militaroide.
Con cualquier añagaza jurídica aspiran taparlo todo. Con
descaro los contenidos constitucionales los tuercen a sus antojos.
Imaginan que de ese modo las atrocidades de todo tipo quedan
legitimadas y legalizadas.
Sepan y entiendan que los delitos de lesa humanidad no
prescriben y se pagarán muy caro, una vez que derroquemos la tiranía.
Tarde o temprano, las abominaciones con las cuales el régimen
margina, execra, persigue, somete, aniquila; cuya más patética simbología está
representada mediante: el carnet de la patria. Ese sólo instrumento será prueba
fehaciente en juicios futuros de delitos de Lesa Humanidad cometidos por los
sátrapas del régimen.
En su debida oportunidad, cuando Venezuela reconquiste el
Estado de Derecho habrá justicia tanto para las complicidades activas, civiles
y militares, como para los silencios cobardes.
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