jueves, 16 de agosto de 2018




La lexicografía que nos teje a la Deltanidad.

Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia venezolana de la Lengua
abrahamgom@gmail.com

Luce apreciable que en cada uno de los ámbitos profesionales, o bajo cualquiera otra circunstancia, donde a un deltano le ha correspondido desempeñarse fuera de nuestra región, pone de manifiesto una serie de rasgos lingüísticos usados y valorados en nuestra específica comunidad de hablantes.

Gozamos de un caudal inagotable y una riqueza expresiva que teje un modo particular de ser y decir: una manifestación propia de nuestra realidad en el Delta del Orinoco.

Tal develamiento, en la manera de expresarnos los deltanos nacidos y asimilados, no constituye, para nada, algo peyorativo o extravagante.

Sépase que así también afloran interesantes, y suficientemente estudiadas, las estructuras lexicales de muchos contextos culturales de Venezuela.

Geolecto es la concreta denominación que se le otorga a esa variedad o modalidad para significar las cosas; eso se hace posible por cuanto hay un exquisito cultivo de relaciones sociales, afectivas y geográficas; con lo cual se nutre el registro vocabular para un espacio común y de querencias colectivas. Adquiere de suyo un constructo específico de lengua natural para los hablantes de ese lugar.

Hacemos la pertinente advertencia que también vale para cualquier espacio o comunidad de hablantes: el léxico no es un elemento estático, inamovible o impenetrable por otras corrientes, o ajeno a la afluencia de términos que irrumpen con fuerza para cobrar sitio idiomático y asentarse, por algún tiempo.

Aceptamos que los vocablos una vez que se hacen cotidianos en el uso y acervo popular, son asimilados y recopilados en los diccionarios de regionalismos o contrastativos; es decir acopiados en unos inventarios de léxicos, propensos a constante actualización y comparaciones entre regiones.

A partir de allí, se activa una interesante dinámica que incorpora y desincorpora palabras; unas que entran en el juego idiomático o dialectal de cada día, y otras que salen porque han dejado de utilizarse.

Por lo pronto hemos expuesto, donde nos ha correspondido, que la Deltanidad es una asimilación categorial (superior a un concepto), en permanente síntesis constructiva; que nos hemos tomado la tarea de irla definiendo y darla a conocer como una legítima y natural voluntad de los deltanos, para tejernos en la piel nuestras valoraciones, motivaciones, acendradas y comunes costumbres, conocimientos, emociones, sensibilidades, mitos, ritos, triunfos y desaciertos.

Deltanidad que nos ha permitido enhebrar nuestras especificidades culturales, con las respectivas vivencias; sin eludir que también atravesamos carencias.

La variedad de las palabras que nos concede proxemia (vínculos afectivos) en la región también forma parte de la Deltanidad.

Diremos, a manera de ejemplo, que difícilmente alguien que no haya nacido o vivido en el Delta del Orinoco podrá conseguir significados o referentes inmediatos de algunos vocablos del breve párrafo, que relatamos de seguidas: “El maraisa canaletea en su balajú, con una chorrera de jabaos; aunque el agua le llega hasta los ñeques no teme a las marejadas. Muy extraño resultará que se trambuque. Apenas lleva a bordo una guitarrilla, una bola pisada, un tamborín y un pedazo de cagalera. Tienen pensado saltar a un costo alto, para montar el canarín sobre tres topias y cocinar churrumchos, pechitos y domplinas, sin mucha humatana.
Le escuchamos decir al despedirse de la gentará que promete regresar a tiempo para besar la mano; esperar al hijo que hoy lo sueltan temprano y moverse en el cambulé, aunque a veces allí se arman unas chismeras”.

Hemos disfrutado en nuestro regionalismo de un bagaje geolectal en incesante crecimiento gracias a la cruzada influencia de Waraos, Esequibanos, Margariteños y Trinitarios, entre otras comunidades de hablantes.

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