El libro goza de buena salud
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
Se ha admitido en tanto un hecho natural y legítimo, suficientemente
reconocido, que la educación ha constituido, a lo largo de la historia de la
humanidad, el elemento clave para
solventar las anomias sociales; la educación en sus tres grandes
dimensiones: ya como instrumento para la
transmisión de contenidos curriculares, dentro una formalidad programática
escolarizante; también la educación en
su función facilitadora de socialización, en fluido intercambio de comportamientos y de ideas y la
educación que diseña nuestra
personalidad, a partir de la fijación y cultivo de valores éticos-morales, religiosos, disciplinarios,
de responsabilidad, respeto.
Estos tres componentes han
tenido su mejor apoyo en el libro, como vector que transversaliza las dimensiones
desplegadas en los distintos procesos de enseñanza-aprendizaje.
Desde su irrupción, para
irradiar saberes, el libro ha recibido y soportado duros embates.
En algunos tramos epocales con
más fuerzas y contundencia que en otros; pero los intentos para hacerlo
desaparecer, para extinguirlo no tuvieron
recato ayer; tampoco han cesado hoy, no se crea.
Permítanme relatar apenas dos
muestras del carácter fortuito de cómo se idealizan y afloran los libros, cada
uno bajo su correspondiente circunstancia.
En el siglo XVII, a partir de las ideas iniciales de
René Descartes, considerado padre del racionalismo; cuyas posiciones fueron
permeadas por el pensamiento copernicano y de Galilei, acerca
de la Teoría Heliocéntrica: aceptación del sol como centro del universo, y no
la tierra como sostuvo Aristóteles, y prohijó
y propaló la Iglesia, con su irreductible Autoridad en todo, para entonces.
La citada sobre influencia del heliocentrismo
en Descartes duró muy poco, o casi nada.
Los contenidos de su principal
libro, en preparación para publicarse a futuro, sufrieron un marcado viraje luego de ver que ya la
Inquisición tenía a Galilei en el banquillo por pensamiento similar. Entonces,
Descartes se retrajo y procedió de la siguiente manera: juntó una teoría sobre las
lentes y la llamó dióptrica; le adosó algo que allí no cuadraba, unas ideas que
denominó meteoro; después incorporó unas cuartillas de un estudio
sobre la atmósfera, y cerró esa posible publicación con un estudio de la geometría. Un híbrido incongruente e indigerible
Una vez que ese material estaba
en la imprenta, pensó que era importante
hacerle una introducción para que se
supiera que sus aportes respondían a un
mismo rigor metodológico; y escribió el
prefacio al cual bautizó: Discurso del Método para el bien dirigir de la razón
y buscar la verdad en las ciencias. La aceptación y admiración del ávido
público lector estuvo más centrada y abocada hacia la introducción del libro
que el resto de su contenido.
Nació así, El Discurso del Método, de tan
inesperada manera. Un legado
epistemológico que ha reconocido la
humanidad hasta hoy.
Otro libro que ve la luz de un
modo fortuito es del siglo 20.
La narrativa señala que en cierta ocasión salía el entonces
desconocido Ludwig Wittgenstein de una clase con el maestro Bertrand Russell.
Wittgenstein lo atajó para
preguntarle: “usted cree que yo soy un idiota”; a lo que Russell le respondió: “no sé a qué se debe su
inquietud; tal vez, tendría que traerme alguna idea filosófica desarrollada
para yo poder rechazar alguna aseveración sobre usted”.
Wittgenstein replicó, luego:
“porque si usted me dice que soy un idiota; yo seguiré haciendo lo que he
venido haciendo hasta ahora: mis trabajos profesionales de aeronáutica civil. Yo soy quien diseña y construye los
motores de los aviones”.
Transcurridos varios días se
consiguen nuevamente. Wittgenstein le entrega un enjundioso escrito.
Una vez que Russell lo lee y analiza, se le acerca y le dice: “olvídese
de la aeronáutica civil; usted ha producida una extraordinaria obra filosófica que será luminaria
por muchos siglos”.
El mundo conoce así el Tractatus Lógico-philosophicus.
Los cambios sociales son
inevitables. La edad de piedra no se acabó porque se agotaran las piedras, sino
por la propensión de los seres humanos a buscar su superación.
Se ha llegado a pensar que con la irrupción vertiginosa e irrefrenable de
la Red de redes, Internet, los libros llevan la tendencia a
desaparecer; y no ha resultado de esa manera.
Los libros se alojaron con los medios impresos, se conjuntaron con la radio, hicieron síntesis con la televisión. Hoy el libro consigue cohabitar
con Internet en una elogiada asociación simbiótica de valiosa
transmisión de cultura.
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